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Cuando el volcán Calbuco hizo erupción durante dos años
La actual erupción del volcán Calbuco está quedando registrada no sólo por la ciencia y la prensa, sino por millares de cámaras fotográficas y celulares de personas comunes y corrientes. Hace 120 años, hubo otra erupción -violenta y larguísima- de la cual sólo hay testimonios escritos. Esta crónica no es periodística sino histórica, y permite conocer un episodio increíble que vivieron nuestros antepasados en la entonces naciente zona del lago Llanquihue.
Jueves 23 de abril de 2015
La presente erupción del volcán Calbuco ha traído a la memoria el último episodio similar, vivido en 1961. Los testimonios de quienes vivieron ese acontecimiento han sido valiosos para dimensionar lo que está ocurriendo ahora. Sin embargo, no se ha mencionado una anterior erupción a fines del siglo XIX, mucho más violenta, y que duró ¡2 años! El siguiente texto corresponde a una crónica, con vívidas descripciones y dramáticos testimonios de la época, escrita el año recién pasado por el académico de la USS y magíster en Historia, Carlos Ibarra, que hoy cobra plena actualidad. |
Para muchos sólo forma parte de nuestro paisaje habitual. Los que viven en su cercanía nunca lo han visto "despierto". Desde hace 42 años que el volcán Calbuco (ó Quillaype) no ha generado sospechas frente a una eventual erupción. Eso nos hace incorporarlo como un miembro pasivo de nuestro paisaje turístico, ignorando, muchas veces, qué ha hecho antes este hogar de los "negen winkul" y "pillanes" mapuches, aunque sí tenemos conciencia del potencial de una erupción de este tipo en los dramáticos ejemplos del cordón Caulle (2011) y, peor aún, en el caso del – hasta entonces – desconocido volcán Chaitén (2008), nuestro propio Vesubio.
Pero para el Servicio Nacional de Geología y Minería (SERNAGEOMIN) la aparente pasividad de nuestro eruptivo vecino no es real. El 3 de mayo último, esta repartición pública emitió un informe donde destacaba a nuestro macizo gigante como uno de los 10 volcanes más activos de Chile, quedando el Calbuco en el tercer lugar. Pero, ¿qué sabemos de la historia eruptiva de esta caldera?
Según los datos del SERNAGEOMIN y del Archivo Nacional de Volcanes, el Calbuco tiene un registro histórico que se remonta a una actividad eruptiva a fines del siglo XVIII (1792), aunque los testimonios no nos dan mucha seguridad este evento. Con más certeza, existen estudios científicos que avalan erupciones cíclicas en tiempos más recientes desde fines del siglo XIX hasta 1972. De este modo podemos agregar las erupciones de 1893 – 1895, 1906 – 1907, 1909, 1911, 1917, 1929, 1932, 1945 y 1961. De todas ellas, una de las más recordadas es la de 1961, pues se asocia generalmente a que fue una consecuencia del terremoto de 1960 que asoló el sur de Chile. Pero si bien fue una erupción de gran impacto visual, sus consecuencias no son comparables con otra anterior y que ha sido olvidada por todos: la del trienio 1893 – 1895, es decir hace 120 años atrás, descrita por los mismos estudiosos de nuestro vecino gigante, como "la más destructiva".
Buena parte de los testimonios sobre ese evento natural se encuentran en los "Anales de la Universidad de Chile", publicación semestral donde se daba cuenta de los estudios sobre fenómenos naturales que se desarrollaban en distintos puntos del territorio del país. Esa erupción en particular había llamado la atención de varios profesionales de la zona afectada quienes enviaron frecuentes informes a Santiago para ver los aportes a la, por entonces, aún naciente vulcanología chilena. De entre ellos podemos destacar las cartas e informes de Roberto Pöhlmann, Hans Steffen, Oscar von Fischer, Osvaldo Heinrich, Alfonso Nogués y Carlos Martin. Gracias a la descripción cronística a la vez que científica de estas personas, hoy tenemos un claro panorama de lo que se vivió en la zona aledaña al volcán.
Según Carlos Martin, médico residente en Puerto Montt, la erupción del Calbuco de 1893 fue antecedida por temblores, tormentas eléctricas e intensos días de lluvia, que terminaron por provocar un aluvión que hizo trizas algunas casas aledañas a los ríos Hueñu – Hueñu y Blanco (ladera este del volcán), haciendo que el curso del río Petrohué aumentara en tal nivel su caudal que un vaquero que por esos días intentó cruzarlo murió ahogado en sus aguas (enero de 1893). No fue la peor crecida: en abril el fenómeno se repitió, esta vez como consecuencia de la erupción del Calbuco, con consecuencias en la naturaleza así como para quienes vivían allí, arrasando casas, chacras y ganado. Al respecto, Oscar von Fischer señalaba: "Parece que cuando la actividad volcánica (...) alcanzó mayores dimensiones se derritieron repentinamente los extensos campos de nieve que se encontraban en las faldas orientales del volcán. Las aguas bajaron con tal fuerza que en el espacio de más o menos 15 kilómetros arrastraron cuanto se presentaba en el trayecto dejando completamente despejada una cañada que se extiende desde el pie del volcán hasta el río Petrohué y que tiene un ancho que varía entre 300 y 1.000 metros".
En cuanto a la erupción en sí, todos los autores citados coinciden en que comenzó a mediados del mes de febrero del citado año cuando se observaron las primeras nubes de vapor que salían desde el cráter del volcán. A partir del día 16 de dicho mes la situación empeoró en cada nueva jornada. Si bien la primera erupción fue más bien "suave", ésta comenzó a mostrar su bravura a partir de abril, cuando los colonos del sector de Ensenada y La Poza debieron hacer abandono de sus viviendas debido a una continua lluvia de cenizas y que duró algunos meses, lo que obligó a que los habitantes de Ralún también debieran irse de sus casas. Los estudiosos que se atrevieron a visitar la zona en los días posteriores al inicio del evento, señalaron dentro de las familias afectadas a los Schmincke, Bittner y Rosa, aunque seguramente fueron más. Según describen estos verdaderos cronistas del fenómeno, el 5 de octubre de 1893 hubo una fuerte explosión seguida de una lluvia de piedras calientes y una espesa nube de ceniza que obscureció un área de 10 kilómetros a la redonda. Señalaban igualmente que hacia el 22 de octubre en Puerto Octay no se podía ni siquiera leer a la luz de las lámparas. Según otro colono – de quien sólo se da su apellido (Gädicke) – habitante de Quilanto (al sur de Puerto Octay), la lluvia de ceniza y la consecuente obscuridad llegó también hasta esa zona y otros sectores más lejanos tales como Osorno, San Pablo y Río Bueno.
Otro testimonio lo efectuó el citado Oscar von Fischer quien los días 25 y 26 de octubre efectuó una expedición cuya misión era llegar desde Ensenada a Ralún, pero ello le fue impedido por lo peligroso del camino y la coetánea erupción del volcán que aún no había terminado. Von Fischer quedó impresionado con lo que vio en el punto de inicio de su exploración: "(...) Aunque estábamos preparados para una vista tristísima no se puede escribir la impresión de profunda melancolía que nos causó el paisaje. Plomo y plomo todo. Suelo, casas, piedras y palos, troncos, ramitas y hojas de los árboles y hasta el pasto, todo estaba cubierto de un polvo plomo y finísimo. El menor viento lo levantaba, y en el momento se nos llenaban los ojos, narices, boca y orejas produciéndose una irritación en alto grado molesta". Según este explorador, el estero La Poza también generó un aluvión de proporciones destruyendo la casa y chacras de la familia Schmincke.
La ciudad de Puerto Montt hacia fines de 1893, vivía atenta al comportamiento del volcán Calbuco, que desde febrero de ese año seguía en franca erupción, si bien la mayor parte de las localidades afectadas estaban cerca al macizo. Sin embargo, el 29 de noviembre se desató una violenta erupción de ceniza, lo que la hizo ascender por la fuerza de la misma, luego de lo cual sobrevino el rápido descenso de la nube que se formó como consecuencia del fenómeno, llegando a la capital de la provincia de Llanquihue, lo que generó gran pavor entre la gente. Según Carlos Martin "de muchos ánimos, principalmente de [las] mujeres, se apoderó el miedo. Y ya las calles quedaban tan oscuras que los transeúntes no encontraban su camino, hasta el extremo que unos tropezaban con otros o con los palos de los faroles, sucedía a menudo que algunos perdían la vereda, otros chocaban con la pared de una casa". Martin continuaba describiendo que "ya la nube de polvo volcánico había alcanzado el nivel de la tierra y del mar. Se deshizo en una lluvia silbadora, pesada, aguda, punzante, dolorida, primero de piedras menuditas, después de arenilla, al fin del polvo más fino que se puede imaginar. (...). Todo objeto estaba cubierto por una capa de polvo ceniciento (...) como el polvo fino que cayó al fin y que siguió cayendo en menor cantidad durante unos días más (...). Por supuesto todos los techos estaban cubiertos de este polvo. (...) El mismo polvo cubrió la ropa y pasaron semanas sin que se pudiera borrar sus restos, llenó los bigotes de los hombres, el pelo de las mujeres, y era rebelde al lavado". Según este médico el fenómeno de oscuridad cubrió un radio máximo de 60 kilómetros hacia el oeste.
Durante los meses que duró el evento, localidades como Ralún, Ensenada y La Poza fueron despobladas, así como todos los sectores cercanos al río Petrohué y la ensenada del Reloncaví, lugares que vieron destruidas sus cosechas y muerto su ganado. Los bosques cercanos fueron quemados, es decir, hubo una gran destrucción en áreas cercanas al gigante dormido.
En cuanto al minucioso detalle de la destrucción generada por la erupción del volcán, ello lo sabemos – por asombroso que parezca – gracias al testimonio de varios que, arriesgando su vida e integridad física, realizaron peligrosas expediciones cuando el volcán aún estaba haciendo erupción. De esas expediciones podemos rescatar el testimonio del profesor alemán residente entonces en Osorno Osvaldo Heinrich quien en compañía de tres colonos más llegó hasta uno de los cráteres del volcán. Heinrich señaló respecto a ese momento en particular: "de repente se abre delante de nosotros el cráter, y como encantados quedamos parados para mirar las gruesas masas de vapor que salen sin cesar de sus grietas".
Hasta noviembre de 1894 y fines de febrero de 1895, todavía se veían llamaradas en el cráter y solfataras en la laderas del lado este, lo que Carlos Martin aseguraba pues él mismo fue testigo de ello en una de las tantas expediciones que se originaron como consecuencia de esta erupción. Hacia 1895 la erupción ya había amainado completamente.
Afortunadamente para nosotros, la mayor parte de las cenizas en las últimas erupciones del Calbuco después de la de 1893 – 1895 han ido a parar a la cordillera pero, paralelamente y en forma muy desafortunada, ha afectado a poblados y ciudades de la hermana república Argentina, tal como lo vimos hace un par de años atrás cuando hizo erupción el cordón Caulle (ladera del volcán Lonquimay) o cuando hace 8 años hizo lo propio el Chaitén, lo que no quita que exista un área de riesgo en las cercanías del Calbuco, sobre cuya base SERNAGEOMIN ha elaborado mapas con el fin de dar a conocer dichas zonas.
No está demás recordar que la naturaleza expresa su fuerza a través de lluvias, vientos, terremotos, maremotos y erupciones volcánicas. Ninguna de esas opciones es una excepción en nuestra angosta y larga faja de tierra. Válido es, por lo tanto, recordar estos hechos ya que ello nos ayuda a concientizarnos en torno a los peligros y riesgos que acompañan a estos fenómenos, información que debe estar disponibles frente a una eventualidad eruptiva que, vale señalar, solo la madre Tierra sabrá cuándo hará presente en nuestra vida cotidiana ya que, nunca debemos olvidar que nuestro planeta no es una parte de una naturaleza muerta sino que en realidad – según algunos geólogos – es un gran ser vivo que actúa y se comporta con propia voluntad, impredecible y poderosamente. Y aunque a nosotros nos resulte difícil de comprender, el vulcanismo reúne dos condiciones ambivalentes: para nosotros es un evento destructivo, desastroso y mortífero. Al contrario, para la naturaleza es un evento constructivo, creativo e inevitable ya que a la vez que el movimiento de placas tectónicas destruye las rocas que son absorbidas una bajo las otras (subducción), los volcanes crean nuevos territorios, tanto en los continentes como en el océano, por medio de la ceniza y la lava. Crea, en fin, nuevas tierras, islas, lagos y tras varios años, hermosos paisajes que hoy nosotros podemos disfrutar. De lo contrario, no tendríamos ni lago Llanquihue, ni lago Todos los Santos, ni estero Reloncaví, ni lago Chapo, etc. verdaderas joyas de nuestros paisajes locales. Aunque suene paradójico, y esto en perspectiva geohistórica, a ellos también habría que darles las gracias por crear la tierra donde hoy estamos viviendo.