¿Cuán seguros son nuestros hospitales?

El paciente debe estar informado de sus riesgos. Los protocolos de seguridad deben ser conocidos, monitorizados por terceros y mejorados continuamente. No se debe hacer aquello para lo que no se está preparado. La correcta identificación de los pacientes debe ser una obsesión del hospital. Los medicamentos peligrosos deben guardarse en pequeñas cantidades

Lunes 24 de noviembre de 2014

¿Cuán seguros son nuestros hospitales?
escrito por

Jaime Mañalich, director de IPSUSS.

La acreditación en calidad en los Hospitales tiene como objeto la seguridad del paciente. Que se cuente con protocolos para disminuir los riesgos es un reconocimiento de humildad. Los hospitales pueden producir daño, y la Ley de Derechos y Deberes busca disminuirlo.

Desde Estados Unidos se señala que al menos el 18% del gasto de salud se usa en el manejo errores. Fármacos equivocados, dosis incorrectas, a quienes no les corresponden; transfusiones mal indicadas; cirugías en lado equivocado; infección intrahospitalaria; tecnología obsoleta; personal haciendo procedimientos sin calificación; alergias graves a fármacos que no se verifican son solo ejemplos. Se suma el Instituto de Medicina que decía que estos errores producían más muerte que el SIDA y los accidentes de tránsito.

Los efectos adversos generan desconfianza, conflicto, demandas, gasto para los seguros y el Estado, y lo más grave, muertes evitables.

En Chile hay algunas aproximaciones a datos como infecciones intrahospitalarias, aumento de la estadía, gasto por reingresos, uso de antibióticos y cirugías repetidas. Conservadoramente, el 10% de las camas de UCI están ocupadas por pacientes que sufrieron complicaciones.

Es necesario una doctrina de calidad, con personal dedicado solo a este objetivo (Subdirección del Cuidado), y con protocolos probados. Hacia este objeto apunta también el financiamiento por Pago Asociado a Diagnóstico, o GRD, donde el costo del error es asumido por los prestadores.

Es paradójico que la garantía de calidad, que obliga a recintos públicos y privados a una rigurosa acreditación para recibir pacientes de patologías complejas, es la única que aún no se implementa, y se posterga en gobiernos de diferente signo.

La seguridad no busca solo hacer más eficiente el gasto.  El mandato hipocrático "En primer lugar, no harás daño" (Primum non nocere) es lo que un estudiante debe aprende y jura. Prevenir este daño es la clave del liderazgo clínico del siglo XXI.

El paciente debe estar informado de sus riesgos. Los protocolos de seguridad deben ser conocidos, monitorizados por terceros y mejorados continuamente. No se debe hacer aquello para lo que no se está preparado. La correcta identificación de los pacientes debe ser una obsesión del hospital. Los medicamentos peligrosos deben guardarse en pequeñas cantidades.

Procesos de mejora continua, informar sin temor de los errores, auditorías de los cuasi-errores (situaciones que teniendo la potencia para producir daño, no lo lograron), preguntarse si cuando se destaca en los medios una posible negligencia, ella puede ocurrir en nuestra institución. Solo así se podrá recobrar la confianza; gastar menos en lo innecesario, y concentrase no en las pólizas de seguros o en los abogados, sino en el fin para el cual el hospital ha evolucionado: estadías breves, sin agregar enfermedad, y con el mejor uso de recursos escasísimos. El impacto sería notable, considerando que no menos del 10% del gasto en salud se emplea en el manejo de las condiciones que el paciente adquirió en su paso por el hospital.

 

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