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Más que tolerancia: educación e inclusión
Constituye en esencia aprender a mirarnos sin el asedio de los prejuicios, muchos de los que han sido construidos históricamente. Sin embargo, ello es un proceso que requiere tiempo, voluntades y principalmente educación.
Viernes 25 de noviembre de 2016
El pasado 16 de noviembre celebramos el Día Internacional por la Tolerancia. Mas, es necesario ir más allá y preguntarse sobre qué futuras generaciones queremos formar, cuáles son los valores que queremos transmitir a nuestros niños y niñas, que permitan pensar en una sociedad sin estereotipos, con una mirada en la que nadie es prescindible y sin violencia, realmente inclusiva.
La inclusión, concepto al que se recurre hoy en día de manera frecuente, es pensar en una sociedad en la que las interacciones entre sus miembros valore el aporte desde la diversidad en todas sus dimensiones: social, religiosa, étnica, de género, condiciones físicas, intelectuales, etcétera.
Constituye en esencia aprender a mirarnos sin el asedio de los prejuicios, muchos de los que han sido construidos históricamente. Sin embargo, ello es un proceso que requiere tiempo, voluntades y principalmente educación. Es complejo e irreal sostener que las leyes por sí solas pueden cambiar radical y rápidamente esta realidad excluyente y violenta, que hoy se evidencia directamente contra la mujer en casos como los que quedan a la luz con campañas como #NiUnaMenos.
Las instituciones educativas pueden aportar sustancialmente desde la forma en que instalan en sus comunidades las prácticas, culturas y políticas que posibilitan que todos quienes la componen se sientan seguros, valorados y con la oportunidad de participar en el proceso formativo y en la sociedad. ¿Complejo? Claro que sí, pero no imposible. A veces, apuntando a grandes cambios en el contexto educativo, pero la mayor parte del tiempo a aquellas más pequeñas y quizás invisibles a los ojos de la comunidad como el lenguaje, el juego, las disposición de los espacios, las propias metodologías, entre otros.
Sin lugar a dudas, requiere un primer ejercicio personal de reconocimiento y valoración del “otro”, ya sea hombre, niño, adulto mayor, personas en situación de discapacidad, migrantes, pueblos originarios, jóvenes o mujeres.