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Reflexiones sobre la América Latina del siglo XXI
Para los próximos años, la política interna de los países latinoamericanos, así como las relaciones internacionales en el continente, deben apuntar precisamente al logro de tres objetivos: la consolidación democrática, el desarrollo económico y el progreso social.
Miércoles 10 de abril de 2019
El panorama democrático de América Latina pasa por un momento inédito y marcado por algunas contradicciones que vale la pena analizar. Desde hace unas tres décadas, la mayoría de los países de la región vive procesos electorales regulares, en el marco de democracias que se han consolidado después de años de luchas y experimentación. Primero fueron los 60, cuyos aires revolucionarios entusiasmaron a la juventud y a grupos políticos que en distintos lugares quisieron seguir el camino de la Revolución Cubana. A continuación, la década de 1970 representó la “era de los generales”, con el establecimiento de dictaduras militares en todo el continente. Finalmente, las transiciones a la democracia permitieron la consolidación tardía de una vieja aspiración que, en lo esencial, se proyecta hasta el presente.
Es evidente que hoy existe una mayor conciencia sobre la necesidad de organizar a las sociedades latinoamericanas en el marco de la libertad y el derecho.
Sin embargo, esta historia no ha estado exenta de dificultades. En estas últimas dos décadas hemos visto reaparecer los fantasmas del populismo y la corrupción, así como se han consolidado gobiernos dictatoriales y represivos en Nicaragua y Venezuela. A ellos se debe añadir la incombustible Revolución Cubana, que ya ha cumplido 60 años sin libertades políticas, con un régimen de partido único, dentro de un totalitarismo que parece no ceder espacio a los avances de la historia.
Sin perjuicio de todo ello, es evidente que hoy existe una mayor conciencia sobre la necesidad de organizar a las sociedades latinoamericanas en el marco de la libertad y el derecho. Muchos países se han unido para apoyar el restablecimiento de la democracia en Venezuela y el respeto a los derechos humanos en ese país. Por lo mismo, hoy es posible adivinar un futuro del continente donde los más diversos países, con gobiernos de distinto signo, confluyan en algunos criterios fundamentales de justicia y libertad.
En esta línea, hay tres criterios que deberían ser decisivos en cualquier proyecto de progreso para el continente latinoamericano en las próximas décadas, y que son bases para superar aquellos problemas que en el pasado gatillaron la división, la miseria y el subdesarrollo que parecía ser parte constitutiva de la vida de los países de la región.
El primero es la consolidación de la democracia. Las décadas de 1980 y 1990 vieron la restauración de procesos electorales y gobiernos civiles, que hoy son parte del panorama cotidiano desde México hasta Chile y Argentina. Sin embargo, podríamos decir que las elecciones y la alternancia en el poder son el punto de partida de la democracia, pero que hay otros aspectos que deben complementarla como parte de su fortaleza y potencial de continuidad en el tiempo. Una es el destierro de cualquier forma de corrupción; otro es el respeto al régimen democrático una vez que se ha llegado al gobierno por vía electoral (el caso venezolano demuestra que puede caer en dictadura un sistema de origen electoral); un tercer elemento es la convicción democrática de la ciudadanía, considerando que diversas encuestas, como Latinobarómetro, muestran que el desafecto hacia la democracia ha crecido en algunos países en los últimos años. Es decir, no basta la democracia, sino también su consolidación, aunque en países como Nicaragua, Venezuela y Cuba el proceso deba partir por una transición rápida y pacífica a la democracia.
El segundo factor clave es el desarrollo económico. Durante muchas décadas América Latina estuvo acompañada por la pobreza y el subdesarrollo; el hambre azotaba a millones de personas en circunstancias que había un territorio riquísimo y otros tantos carecían de vivienda y educación. Las promesas populistas y las ideologías prometieron paraísos sin buenos resultados, y hoy se puede afirmar sin temor a equivocarse que el desarrollo económico es un requisito sine qua non de cualquier fórmula política y social que procure el bienestar de la población. Es necesario crecer económicamente, desarrollar el verdadero potencial humano existente y que los frutos del crecimiento lleguen a los distintos sectores de la población.
En la actualidad lamentablemente hay más de 180 millones de personas que todavía viven en la pobreza (el 30% de la población latinoamericana) y la extrema pobreza incluso ha aumentado en algunos informes.
El tercer elemento es el progreso social. Cuando se habla de crecimiento económico no debe aparecer como un objetivo, sino que se trata de un medio: el objetivo es que la gente viva mejor. Por lo mismo, el progreso social no mira al dinero, sino a las personas, a las posibilidades reales que tienen de crecer material y espiritualmente, de acceder a una vivienda, poder tener educación en los distintos niveles, una salud de acuerdo a las posibilidades que hoy entrega la tecnología y el conocimiento científico, posibilidades de esparcimiento, transporte público de calidad. En este sentido, el Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo es un instrumento útil para avanzar en la dirección adecuada, y el continente podría proponerse tener más países en el primer nivel en los próximos diez o veinte años. Hoy Chile ocupa el primer lugar en el continente, pero es evidente que queda mucho por hacer al respecto. En otro plano, en la actualidad lamentablemente hay más de 180 millones de personas que todavía viven en la pobreza (el 30% de la población latinoamericana) y la extrema pobreza incluso ha aumentado en algunos informes. Estas cifras, a todas luces excesivas, deben ser reducidas en aras de las mayores oportunidades que merecen los habitantes de la región.
Para los próximos años, la política interna de los países latinoamericanos, así como las relaciones internacionales en el continente, deben apuntar precisamente al logro de estos tres objetivos: la consolidación democrática, el desarrollo económico y el progreso social. Solo así América Latina llegará a ser un continente donde la esperanza será realidad y las posibilidades soñadas y sufridas en el siglo XX habrán dado paso a niveles de progreso humano y material acorde a las posibilidades del siglo XXI.
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