Temporada de elecciones en América Latina

Las elecciones no son la democracia, pero sin duda son un elemento central que permite a los ciudadanos definir sobre su gobierno y sus parlamentarios, las mejores propuestas para su país, alternar los gobiernos, gozar de libertades públicas. Por eso deben mirarse con atención, y preocupación, las críticas al régimen político, el desprestigio de sus instituciones y la noción extendida sobre su falta de respuesta a los problemas sociales.

Domingo 19 de noviembre de 2017

Temporada de elecciones en América Latina
escrito por

Alejandro San Francisco, historiador e investigador de CEUSS

Este domingo 19 de noviembre se realizarán las elecciones presidenciales en Chile, las séptimas en las últimas tres décadas. Se enfrentan ocho candidatos, que representan distintas posiciones políticas, partidos y visiones históricas. Es probable que la misma noche haya Presidente de la República, o bien que el resultado obligue a dirimir en una segunda vuelta quién gobernará el país entre 2018 y 2022.

Lo mismo ocurre con habitualidad en los demás países de América Latina, que definen cada cierto número de años qué gobernante conducirá sus destinos, tratando de llevar a la práctica los sueños de los ciudadanos, las promesas de campaña y los anhelos largamente acumulados, procurando cambiar un gobierno o mantener una determinada línea de trabajo.

Todo esto se trata, como es obvio, de procesos lógicos en los sistemas democráticos, restaurados después de años de regímenes militares que dominaron en la región tras la ilusión revolucionaria de los años 60, la irrupción de la guerrilla en algunos países y los deseos de reproducir el éxito de la Revolución Cubana en otras latitudes. En casi todas partes las cosas terminaron mal, mientras Fidel Castro logró perpetuar su dictadura por casi medio siglo, pareciendo inmune a los cambios del mundo y, aparentemente, al paso inexorable del tiempo.

Entre otras definiciones importantes, en 2015 Argentina eligió como Presidente a Mauricio Macri, cambiando el rumbo que seguía ese país después de años de kirchnerismo; en 2016 correspondió el turno a Perú, donde resultó elegido Pedro Pablo Kuscynski, quien derrotó estrechamente a Keiko Fujimori; a comienzos de 2017 la victoria correspondió a Lenin Moreno en Ecuador, dando continuidad al proyecto de Rafael Correa. En Chile es probable -de acuerdo a lo que señalan la mayoría de las encuestas- que Sebastián Piñera regrese a La Moneda, lo que abriría una nueva oportunidad a la centroderecha para encabezar el gobierno tras los cuatro años del segundo mandato de Michelle Bachelet, líder de la coalición de centroizquierda Nueva Mayoría.

Durante los próximos años se repetirán los procesos electorales que elegirán gobernantes en Paraguay, Colombia, México y Brasil en 2018; en Argentina, Uruguay y Bolivia en 2019, y así otros tantos países vivirán sus propias definiciones presidenciales que se han vuelto habituales en las últimas décadas.

Hay dos países que presentan situaciones especiales, derechamente anti democráticas o bien con serios problemas en su desarrollo institucional. En el primer caso está Cuba, cuyo régimen no ha evolucionado, realizó el traspaso de mando por línea familiar desde Fidel a Raúl Castro y se apresta a realizar un nuevo cambio de gobierno dentro de la cúpula comunista. El segundo caso es Venezuela, que ha mantenido los procesos electorales desde la llegada de Hugo Chávez al gobierno, pero en una lógica de control progresivo del poder y persecución a la oposición: cuando el régimen de Nicolás Maduro perdió la mayoría en la Asamblea Nacional, simplemente decidió clausurarla y armar una nueva Asamblea Constituyente a su medida. No es claro cómo vaya a terminar este experimento, ni tampoco si habrá elecciones libres que permitan la alternancia en el poder, o bien si la solución al conflicto institucional será pacífica o violenta.

En la actualidad, América Latina enfrenta algunos desafíos políticos importantes que conviene destacar.

El primero es la limitación del poder, de las reelecciones adaptadas al gobernante de turno, que ponen a la democracia en entredicho, mientras la alternancia en el poder pasa a pérdida. Lo que comenzó con Fujimori en la década de 1990 se repitió con Chávez y Evo Morales en el siglo XXI, y es una de las manifestaciones más visibles del populismo en el continente.

Un segundo aspecto es el descrédito de las instituciones democráticas, tales como los partidos políticos y las asambleas legislativas, que van poco a poco horadando el sistema político, convirtiéndose en tierra fértil para el populismo y los grupos antisistema. Así lo ha registrado el Latinobarómetro en sus encuestas sobre democracia, que muestra una erosión en el respaldo al régimen democrático en las últimas décadas.

El tercer factor es el “fracaso” de los gobiernos, que bien podría denominarse la “frustración” de los electores. Muchos Presidentes asumen con la algarabía de sus votantes, inmensas manifestaciones de apoyo y la sincera esperanza de bienestar. Casi siempre, al poco andar comienzan los arrepentimientos, los resultados distan de ser los esperados y rápidamente se pasa de la euforia a la decepción.

Las elecciones no son la democracia, pero sin duda son un elemento central que permite a los ciudadanos definir sobre su gobierno y sus parlamentarios, las mejores propuestas para su país, alternar los gobiernos, gozar de libertades públicas. Por eso deben mirarse con atención, y preocupación, las críticas al régimen político, el desprestigio de sus instituciones y la noción extendida sobre su falta de respuesta a los problemas sociales. Aunque hay fundamentos para estas críticas, la realidad es mucho más compleja, y en parte dentro del sistema coexisten políticos responsables con populistas y demagogos, líderes irresponsables y otros que viven de extremar las posiciones y de contribuir a erosionar el sistema.

Frente a esto, corresponde a los dirigentes políticos y sociales, y a los propios ciudadanos, explicar y comprender que el progreso no es el fruto espontáneo de un gobierno, ni de programas de gobierno bien elaborados, sino el resultado del trabajo arduo y sistemático, el ahorro y la inversión, el estudio y la laboriosidad, y todas aquellas virtudes que hacen prósperas a las sociedades a través del tiempo. Cuesta más, pero es más perdurable.

La cadena de elecciones que vivirá América Latina en los próximos años muestra la continuidad del sistema democrático en la región y constituye una oportunidad de progreso para los distintos países. Sin embargo, es evidente que también son un riesgo, como muestra la historia reciente de un continente, cuando algunos países -tras confiar en hermosas promesas de campaña- han tenido que chocar nuevamente con una realidad bastante más triste que lo anunciado por la verborrea electoral.

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