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Le Pen, Salvini, Farage y Europa 2019
Si realmente Europa quiere afirmarse sobre cimientos sólidos, es necesario que los partidos tradicionales actualicen su mensaje, comprendan el momento histórico que vive el continente y enfrenten con ideas y proyectos a las alternativas que se han levantado.
Sábado 8 de junio de 2019
Las elecciones al Parlamento Europeo el pasado 26 de mayo abren una nueva posibilidad para evaluar la situación política actual del Viejo Continente. En las semanas previas, diversos análisis mostraban preocupación por los eventuales triunfos de los euroescépticos, así como manifestaban las tendencias descendentes en el apoyo electoral a las dos grandes fuerzas tradicionales: la Socialdemocracia y el Partido Popular. Hoy, pasadas algunas semanas, ya es posible mirar los resultados con cierta perspectiva, así como se hace necesario proyectar el futuro de la Unión Europea, en un mundo muy distinto al que contempló la caída del comunismo hace tres décadas.
Una primera lectura muestra el triunfo de las dos fuerzas históricas, con 180 escaños para el PP Europeo y 153 para la SD. Sin embargo, ellos corresponden apenas a un 23,9% y a un 20,3% respectivamente, muy inferior a los resultados de las elecciones del 2014 (221 escaños y 29,4% para el PPE y 191 escaños y 25,4% para la SD) y del 2009 (265 parlamentarios, con un 36% y 184 representantes, con un 25%, respectivamente). Esto representa una baja considerable, y las dos culturas políticas europeístas por primeras vez bajan del 50%, en una tendencia que se ha venido manifestando desde hace años atrás. El resto del mapa electoral lo cubren los Verdes, que obtuvieron una gran votación; los liberales; los euroescépticos y otras fórmulas calificadas habitualmente como de extrema derecha. Esta situación preocupa a algunos sectores de la opinión pública del continente, considerando que los grupos que crecen no tienen la misma adhesión al proyecto e incluso manifiestan su distancia hacia las fórmulas actuales, proclamándose los genuinos representantes de los intereses y necesidades actuales de Europa.
Entre ellos destacan los vencedores en tres grandes países de la Unión Europea: Francia, Italia y Gran Bretaña. En el primer caso, como desde hace algún tiempo atrás, el antiguo Frente Nacional –ahora bajo el nombre de Reagrupamiento Nacional– obtuvo la primera mayoría, con el 23,3% de los votos, logrando elegir 22 escaños. Con esto Marine Le Pen se alza nuevamente como una figura relevante de la política francesa, sin que logren dañarla mayormente las acusaciones de “extrema derecha”. Paralelamente, es un resultado que deja en mala posición a Emmanuel Macron, quien asumió el gobierno con grandes expectativas tras las elecciones de 2017, pero que ha sufrido continuas manifestaciones en las calles, decadencia en el apoyo popular y pérdida de la fuerza original del proyecto centrista que representa.
En Gran Bretaña, sociedad afectada por el Brexit y la renuncia de la Primera Ministra Theresa May, los resultados marcharon en la misma dirección. El gran ganador de la jornada fue el partido de Nigel Farage, del Partido del Brexit y tildado de ultranacionalista, quien logró el 30% de los votos y en la práctica ha terminado con el bipartidismo tradicional de los ingleses. Los laboristas apenas lograron el 13,7%, siendo superados por los Liberal Demócratas, estos últimos con una clara posición de mantener al Reino Unido en la Unión Europea. Sin embargo, la peor posición correspondió a los conservadores, quienes lograron menos del 10% de los votos, ubicándose apenas como la quinta fuerza electoral, en su peor resultado histórico, en medio de la pérdida de liderazgo y problemas internos.
Italia es un caso especial, y desde hace algún tiempo observa el crecimiento de Matteo Salvini, cuya Liga logró el 34% de los votos, consolidando el respaldo obtenido en las elecciones generales que tuvo su país el 2018 y superando ampliamente el 6% que había logrado en las elecciones europeas del 2014. Con esto sin duda Salvini se alza como una de las figuras políticas más importantes de Europa en la actualidad. De hecho, el italiano había sido el anfitrión de la reunión realizada en la plaza del Duomo de Milán un par de semanas antes de los comicios europeos, que congregó a miles de partidarios de las agrupaciones euroescépticas. En esa ocasión el propio Salvini exclamó: “Debemos liberar Europa de la ocupación de Bruselas”, agregando una interesante forma de autodefinición por negación: “En esta plaza no hay racistas, ni fascistas. Aquí no está la ultraderecha, está la política del consenso. Extremistas son los que han gobernado la Europa de la desigualdad”.
El discurso de los doce líderes reunidos en Milán se mueve entre un rechazo al establishment, cierto acento populista, rechazo a una inmigración amplia y la necesidad de fijar nuevas prioridades en la organización continental, como expresó en esa misma ocasión Marine Le Pen: “Esta bella manifestación es el acto fundador de la revolución pacífica y democrática (contra) la Europa de los esclavos y desempleados”.
El asunto, a la luz de los resultados del 26 de mayo, es que estos discursos y estos liderazgos gozan de un respaldo popular indudable, que ha sido creciente en las últimas décadas, y que claramente no pueden ser enfrentados únicamente con la descalificación que se usa habitualmente: extrema derecha, xenófobos y otras tantas fórmulas que parecen no asustar a los electores. Si realmente Europa quiere afirmarse sobre cimientos sólidos, es necesario que los partidos tradicionales actualicen su mensaje, comprendan el momento histórico que vive el continente y enfrenten con ideas y proyectos a las alternativas que se han levantado. Además, es necesario que los distintos países sean leales con “Europa” o “Bruselas”, como se dice habitualmente, y que se deseche para siempre esa fórmula que permite a líderes locales adoptar políticas económicas irresponsables que después deben ser limitadas por Europa, que aparece como el malo de la película.
La democracia del siglo XXI es muy distinta a la de antes, y el fenómeno electoral europeo es una novedad que se va escribiendo cada cinco años, pero que tiene múltiples manifestaciones intermedias de país en país. Cuando la noche del 26 de mayo Salvini disfrutaba su victoria, y la de Le Pen y Farage, estaba enviando un mensaje muy claro a Europa y al mundo: llegó para quedarse. Esa realidad debe enfrentarse con inteligencia y no con histerismo, con sentido de futuro y no meras apelaciones a los acuerdos pasados, con liderazgos potentes y no meras siglas partidistas. En definitiva, con la convicción de que la Europa de Farage, Le Pen y Salvini tiene una presencia demasiado importante como para no tomarla en serio o para estar conformes con que todavía no superen un determinado porcentaje electoral.
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