- Usted está en:
- Portada / Columnas de Opinión / Alejandro San Francisco
Tiananmen en la memoria
En 1989 –cuando se conmemoraban cuarenta años del éxito de la revolución– el sistema de la República Popular China vivió una de sus mayores pruebas al enfrentar las protestas de su población.
Domingo 2 de junio de 2019
El 4 de junio de 1989 tuvo lugar uno de los acontecimientos más dramáticos de ese año trascendental. Si bien 1989 se caracterizó por el avance de la libertad, la caída de las dictaduras comunistas en Europa y el desarrollo de movimientos populares que se levantaron para transitar hacia modelos democráticos de organización política, la tendencia tuvo excepciones dolorosas. Una de ellas fue Tiananmen, en China, donde las protestas no culminaron con el camino hacia la libertad, sino con la represión y la muerte.
La revolución comunista de Mao en 1949 estableció un régimen de partido único, con vocación transformadora, capacidad militar y la férrea decisión de no admitir alternativas dentro del sistema. La Revolución Cultural fue un momento duro y decisivo en la línea de mantener la continuidad histórica del régimen. Tras la muerte de Mao y la consolidación en el poder de Deng Xiaoping en 1978, China experimentó un doble proceso, inédito y aparentemente contradictorio, pero que en lo esencial pervive hasta hoy: por una parte, el régimen del Partido Comunista mantuvo el control pleno del poder, sin aperturas políticas ni concesiones a otros grupos internos o externos; por otra parte, el gobierno inició un proceso de apertura económica, una suerte de “capitalismo chino”, que desde entonces ha permitido el crecimiento económico sostenido y un gran desarrollo del gigante asiático que, en la práctica, ha transformado al país en una de las principales economías del mundo, así como pasó a ser una de las sociedades con mayor dinamismo. En 1989 –cuando se conmemoraban cuarenta años del éxito de la revolución– el sistema de la República Popular China vivió una de sus mayores pruebas.
Es en Beijing, que denunciaban algunos de los problemas del régimen, como la represión y las situaciones de corrupción. Aunque se discute cuál era la motivación principal de los manifestantes, es probable que estuviera en la línea de democratización que seguían algunos movimientos europeos ese mismo año. Las manifestaciones se extendieron por casi dos meses, y ya comienzos de mayo unos cien mil estudiantes y trabajadores marcharon para pedir diálogo con las autoridades y mayores libertades. Estas demandas se combinaban con algunas discusiones que afectaban la estructura interna del régimen comunista, entre las que destaca la muerte de Hu Yaobang, líder reformista dentro del comunismo chino, cuyos ideales pretendían seguir quienes protestaban. Tras su fallecimiento, precisamente el 15 de abril, las manifestaciones crecieron tanto en extensión de ciudades y campus universitarios como en cantidad de manifestantes.
El planteamiento de las máximas autoridades, reflejada en la prensa oficial de entonces, reclamaba “la necesidad de una postura clara contra la turbulencia”, ya que consideraban las protestas como un plan urdido para derrocar al gobierno comunista. Como resume Christopher Bodeen en The Washington Post (30 de mayo de 2019), “el tono del editorial planteó la fuerte posibilidad de que los participantes pudieran ser arrestados y juzgados por cargos de seguridad nacional”. Ante ello se declaró la ley marcial y las protestas tomaron un tono distinto, con un régimen dispuesto a reprimir.
A comienzos de junio eran cientos de miles de personas las que se manifestaban en la plaza de Tiananmen y en el centro de Beijing, cuando el gobierno de Deng Xiaoping decidió reprimir a la población, ahogando en sangre la posibilidad de una transición a la democracia en China. Se calcula que el gobierno movilizó a cerca de 200 mil policías y soldados, todos armados, con la misión de poner fin a las protestas y asegurar la pervivencia del régimen comunista. El resultado del fatídico 4 de junio, tan lamentable como dramático, fue una verdadera masacre, con tanques y disparos de ametralladoras que dejaron más de 10 mil muertos y sobre 40 mil heridos. La Cruz Roja de China habló en un primer momento de 2.700 víctimas fatales, pero la desclasificación de documentos ha ido afinando los números hasta llegar a cifras muy superiores. Una de las imágenes más recordadas de entonces corresponde a la de un hombre –que algunos han bautizado como “el héroe de Tiananmen”– que se para frente a un tanque, como una muda y solitaria protesta frente a la violencia del Estado.
La represión de Tiananmen tuvo un significado histórico decisivo, más aún a la luz de los acontecimientos que se precipitaron durante 1989 en otros lugares del mundo. La dictadura comunista de China logró perpetuarse en el poder, mediante un ejercicio de fuerza y de violencia que no estuvieron dispuestos a ejercer –o no fueron capaces– los regímenes de Alemania Oriental, Hungría, Checoslovaquia o Polonia, entre otros. De esta manera, el año terminó con procesos de transición democrática en diferentes países europeos, mientras el mensaje de China era muy claro: la democracia no acompañaría a la liberalización económica. Una China democrática debería esperar todavía algún tiempo y, después de 30 años, sabemos que debe seguir esperando.
Como ha señalado Tony Judt en Postguerra (Madrid, Taurus, 2006), las revoluciones de 1989 tuvieron dos características especiales: su carácter pacífico y el papel de los medios de comunicación. Al respecto reflexiona que, a diferencia de lo que estaba pasando en Europa ese mismo año, “no hay duda de que esas consideraciones no frenaron a las autoridades comunistas chinas, que asesinaron a cientos de manifestantes pacíficos en la plaza de Tiananmen el 4 de junio de ese mismo año”. Por el contrario, otras dictaduras comunistas vacilaron en la represión, abriendo paso al término de sus propios regímenes, que poco tiempo atrás parecían eternos.
Con la masacre de Tiananmen, en la práctica, China también tomó una definición hacia adelante, que en los hechos limita las protestas y las rebeliones populares en el gigante asiático, que por lo demás ha seguido creciendo económicamente desde entonces. Un país con más de mil millones de habitantes es casi un continente, es un mundo en sí mismo, que tiene la capacidad de una influencia cada vez más amplia en todo el planeta, con negocios con diversos países y que logra pararse frente a Estados Unidos de igual a igual. Además, todavía se muestra capaz de posponer la democratización de sus instituciones y la liberalización de la sociedad, sin asumir mayores costos por ellos, manteniéndose como un resabio del siglo XX que no vio sobrevivir el modelo de la Unión Soviética, pero sí el de la República Popular China, cuya apertura comercial le permite presencia mundial, pero sin entrar en la política democrática.
¿Qué ocurriría hoy si se repitieran las olas de protestas de 1989? Es difícil saberlo, y es la pregunta que se ha hecho Gordon G. Chang en The National Interest (2 de junio de 2014), dejando abierta la posibilidad de contradicciones entre el régimen y unos militares que podrían ser más modernos, y quizá no están dispuestos a ocupar nuevamente la fuerza contra los ciudadanos de su país. La historia es muy dinámica, y las respuestas sobre el futuro quedan abiertas. Pero es evidente que las conmemoraciones y recuerdos de este 4 de junio, a treinta años de la matanza de Tiananmen, se producirán más en el extranjero que en la propia China, poco dispuesta a abrir debate sobre un hecho vergonzoso, que podría desatar nuevamente protestas, insumisión y deseos de apertura y libertad.