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Volver a Gramsci
Al cumplirse el centenario de “L’Ordine Nuovo” -reseña semanal de cultura socialista–, vale la pena volver a la figura del intelectual italiano Antonio Gramsci, tanto a su obra como a su influencia política. Después de todo fue un pensador original cuya teoría política reivindican diferentes izquierdas en Europa y América Latina.
Sábado 4 de mayo de 2019
Antonio Gramsci (1891-1937) es una de las principales figuras del pensamiento político en el siglo XX. Miembro de una familia pobre, tuvo estudios formales intermitentes (era un excelente alumno) y trabajó siendo niño. Siguió brevemente estudios superiores, se hizo periodista de oficio y adhirió al socialismo. Hombre brillante, talentoso, trabajador, se convirtió rápidamente en una de las figuras más destacadas de la izquierda italiana a partir de la segunda década de del siglo XX, en el Partido Socialista, aunque después fue parte de la fundación y desarrollo del Partido Comunista Italiano (PCI).
Lamentablemente para sus propósitos, el advenimiento del fascismo y de Benito Mussolini al poder en Italia en 1922 significó no solo el fin de las libertades políticas en su país, sino también el término de la libertad del propio Gramsci, quien debió pasar años en la cárcel. Falleció prematuramente el 27 de abril de 1937, pocos días después de haber sido liberado. La situación personal adversa fue fecunda intelectualmente, y de esta etapa se conservan algunas de sus obras más importantes, como los famosos Cuadernos de la Cárcel.
El historiador británico Perry Anderson sostiene en Las antinomias de Antonio Gramsci (Madrid, Akal, 2018) que es el pensador italiano más popular, superando incluso a Maquiavelo en citas académicas, con una bibliografía de artículos y libros que supera los veinte mil títulos. Sin embargo, como bien ha señalado Eric Hobsbawm en un artículo sobre “La recepción de Gramsci”, el italiano no fue aceptado fácilmente y su pensamiento tardó mucho en tener la influencia que hoy se le reconoce, ya que fluctuaba “con los cambios de moda en la izquierda intelectual” (reproducido en Cómo cambiar el mundo, Barcelona, Crítica, 2011).
Cuando emergió en la vida política, destacando por su inteligencia y capacidad de trabajo, el joven Gramsci se convirtió en un gran propagandista de las ideas socialistas, ejerciendo labores periodísticas. Así fue como el 1° de mayo de 1919, junto a Angelo Tasca, Palmiro Togliatti y Umberto Terracini, fundaron L’Ordine Nuovo, “reseña semanal de cultura socialista”, como se promovía. Si bien Gramsci era el secretario de redacción de la publicación, lo cierto es que sus responsabilidades eran mucho más extensas, pues se convirtió rápidamente en el alma y en el principal difusor de la iniciativa, que debía llegar al mundo obrero.
Diego Fusaro resume muy bien el impacto de esta experiencia para el pensador italiano: “L’Ordine Nuovo constituye, a todos los efectos, una experiencia decisiva en la formación del joven Gramsci. Sus cimientos fueron el activismo práctico y la cultura como base de la lucha revolucionaria, es decir, los dos elementos que se convertirán en el núcleo de los Cuadernos a través de la codificación de la filosofía de la praxis y la lucha por la hegemonía” (en Antonio Gramsci. La pasión de estar en el mundo, Madrid, Siglo XXI Editores, 2018).
Los temas de interés de la publicación eran variados y en conjunto van formando un programa político. Cada número desarrolla asuntos doctrinales; dedica páginas a la vida política internacional; hay espacio para la batalla de las ideas, a través de comentarios de libros de reciente publicación; así como aparecen aspectos prácticos del pensamiento socialista en temas obreros, sindicales o la conquista del poder del Estado. Paralelamente, aparecen una serie de editoriales sobre temas de gran interés, que muestran las preocupaciones de Gramsci en aquellos años, así como su relevancia en la política italiana de la posguerra. Entre ellos destacan en los primeros números “En defensa de la república social” (24 de mayo de 1919); “La encíclica Rerum Novarum” (31 de mayo de 1919); “Socialismo y Liberalismo” (9 de agosto de 1919); “Democracia obrera” (21 de junio de 1919); “Cultura y socialismo” (28 de junio-5 de julio de 1919) y “La conquista del Estado” (12 de julio de 1919), entre muchos otros temas. Algunos de estos artículos aparecen reproducidos en Antonio Gramsci, Antología, una completa selección realizada por Manuel Sacristán (Madrid, Akal, 2018, tercera reimpresión).
Al cumplirse el centenario de L’Ordine Nuovo, vale la pena volver a la figura del intelectual italiano, tanto a su obra como a su influencia política, no solo en su tiempo y en Italia, sino que en la actualidad y en distintos lugares del mundo. Después de todo fue un pensador original, con una teoría política que es necesario conocer, que reivindican públicamente o en los hechos diferentes izquierdas en Europa y América Latina. Por otra parte, como sostenía el propio Hobsbawm hace ya algunos años, “Gramsci se ha convertido en parte de nuestro universo intelectual”, de manera que debiera ser de interés para quienes comparten el ideario marxista y leninista –como lo hacía el italiano– y quienes están lejanos o incluso contrarios a esa ideología.
Después de Gramsci es necesario pensar algunos conceptos. Revolución no solo es importante como forma de llegar al poder, sino que también es relevante en cuanto capacidad para seguir en el poder y la forma en que los políticos y gobernantes podrán transformarse efectivamente en dirigentes aceptados en la nueva sociedad. Las transformaciones culturales necesarias para hacer una revolución hoy son aceptadas de manera casi unánime, tanto para cambiar el orden vigente como para construir el orden nuevo. La hegemonía es una clave para entender el pensamiento gramsciano, pero también la manera como se desarrolla la política en esta segunda década del siglo XXI, sea en clave “burguesa” o en clave “proletaria”, si usamos esos conceptos que hoy podrían parecer anticuados.
En cualquier caso, volver a Gramsci permite repensar el papel que desempeñan los intelectuales –en sentido amplio o restringido– en la política, con lo cual nos alejamos de la mera lucha por el poder, para pensar de manera más profunda, sutil y necesaria.
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