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Reflexiones sobre Richard Dawkins, Dios y la Creación
El sesudo razonamiento de este distinguido biólogo no le alcanza para demostrar que Dios no existe. Así, se puede seguir viviendo a la sombra del asombro de la Creación y bebernos un buen vino en la misteriosa penumbra sobre nuestro origen.
Lunes 21 de enero de 2019
El biólogo y polémico expositor del Congreso Futuro, Richard Dawkins, sostiene que “la evolución de la vida no necesita de un creador“. La selección natural, “un proceso automático, ciego e inconsciente”, resuelve el misterio de la existencia humana y de cualquier tipo de vida; un auténtico “relojero ciego” y “que no planifica el futuro ni tiene una finalidad en mente”. Es decir, la idea de un Dios sería un espejismo.
La tesis sobre una selección natural “acumulativa, lenta y gradual” parece una base plausible para entender cómo fue posible que con el paso del tiempo mecanismos simples se hayan complejizado y perfeccionado. En eso la teoría de la evolución de Darwin ha hecho, sin duda, una contribución notable.
Sin embargo, explicar cómo la selección natural pudo hacer su trabajo en la evolución de las especies no sirve y cae en el vacío al momento de refutar, en el origen, la idea de un Dios creador. Dawkins hace el intento de borrarlo del mapa al preguntarse por las “unidades fundamentales originales” que hubo para entender la complejidad actual.
Al caminar hacia atrás en la historia del tiempo, Dawkins concluye que en el origen las cosas debieron ser tan extremadamente simples, “literalmente nada”, como “para necesitar algo tan grandioso como una creación deliberada”. Comprensible, pero eso no descarta que en el origen pudo haber un creador. De hecho, lo reconoce al decir que si se quiere “postular una deidad” para “poner en marcha” el tren de la evolución, “bien sea guiando de una manera instantánea, bien sea guiando la evolución”, “esta deidad debiera ser inmensamente compleja en sí misma”. ¿Y por qué no?
He visto muchos no creyentes asirse de las ideas de Dawkins para sentir la compañía de un gran pensador y dormir más tranquilos en el desolado campo del ateísmo. Bien por ellos. Pero los creyentes también pueden alegrarse. La buena nueva es que el sesudo razonamiento de este distinguido biólogo no le alcanza para demostrar que Dios no existe. Así, se puede seguir viviendo a la sombra del asombro de la Creación y bebernos un buen vino en la misteriosa penumbra sobre nuestro origen.