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Cómo el Covid-19 cambió a nuestro país en 2020
En la actual situación de pandemia por Covid-19 debemos saber distinguir las acciones que hemos tomado como emergencia y las que pasada la misma debemos volver a recuperarlas de una manera renovada.
Domingo 3 de enero de 2021
Cambia, todo cambia. Lo que puede ser el estribillo de una canción o una afirmación poética de la fugacidad de la vida, el coronavirus nos lo impuso de golpe y a la fuerza. Si creíamos que el dinamismo social o el funcionamiento natural del mundo estaban a merced de la voluntad de poder del hombre, el Covid-19 nos tocó el hombro y susurró al oído diciendo: cambia todo cambia.
Tal vez lo más llamativo en el presente escenario mundial, no sean solo los millones de casos positivos de la enfermedad, como el hecho de percibir que las cosas ya no son como antes y sobre todo la incertidumbre de no saber cuándo volverá todo a la normalidad. No solo las calles de nuestras ciudades, también en las plataformas digitales se advierte un dejo de nostalgia por el mundo de vínculos sociales que la pandemia nos quitó.
Es un hecho que las cosas ya no son lo mismo y que muchas de ellas cambiarán para siempre. Podríamos tratar aquí una infinidad de aspectos que han cambiado y que no sabemos todavía cómo seguirán más adelante, por ejemplo, cómo volverá el cine o el teatro; cómo prosperará el comercio; cómo será la educación y la interacción humana una vez superada la pandemia. Tarea difícil de responder, sin embargo, lo que sí podemos hacer ahora es discernir. El discernimiento nos ayuda a dar un juicio inteligente y perspicaz de lo que es realmente bueno para nosotros y de lo que no lo es tanto.
Si el cambio favorece el perfeccionamiento humano de los individuos y profundiza armónicamente las relaciones personales, entonces, no hay que temer al cambio. Lo relevante del discernimiento es la distinción entre lo pasajero y lo permanente.
Discernir en su raíz latina significa distinguir o separar, lo que nos permite diferenciar una realidad de otra. De tal modo que en la actual situación de pandemia debemos saber distinguir las acciones que hemos tomado como emergencia y las que pasada la misma debemos volver a recuperarlas de una manera renovada. Por ejemplo, aun cuando las plataformas digitales se han convertido en un aliado efectivo y necesario para reuniones de trabajo, familiares y educativas, no se puede dar por sentado que así deben ser de aquí en adelante. Es necesario discernir qué conservamos, qué potenciamos y qué desechamos para retomar y favorecer lo anterior.
No cabe duda de que a causa del Covid-19 se han acelerado distintos cambios estructurales que yacían tímidos en el tintero como el teletrabajo, las clases virtuales o el comercio online. Ahora bien, ¿cuál debiera ser el criterio para determinar qué conservamos y qué dejamos? ¿Será necesario solo un criterio de eficacia, financiero o de progreso? Tal vez todas las anteriores, siempre y cuando se subordinen a un principio rector: la centralidad de la persona.
Si el cambio favorece el perfeccionamiento humano de los individuos y profundiza armónicamente las relaciones personales, entonces, no hay que temer al cambio. Lo relevante del discernimiento es la distinción entre lo pasajero y lo permanente. De hecho, la existencia humana es cambio, pasamos de joven a adulto, de estudiante a profesional, de no saber a saber. Nadie puede decir que cambiar es malo, pues sin cambio no hay vida alguna, pero, una vez más, no todo cambio nos favorece, ni el cambio por el cambio es positivo.
Así como elegimos la mejor manzana para comer o el mejor anillo para regalar, así también debemos elegir el mejor cambio para dirigir de mejor manera la propia vida. Recordemos que son tiempos difíciles y que el cambio en lugar de abrumarnos puede fortalecernos. Discernir para no temer y no temer para afrontar con altura de miras que cambia todo cambia.
Vea la columna en diario El Llanquihue