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¿Cuál es la enfermedad de la democracia Latinoamericana?
Muy posiblemente el malestar ciudadano tiene que ver más con el hombre moderno o pos moderno, que con una mirada o análisis institucionalista de la situación política latinoamericana.
Jueves 6 de diciembre de 2018
La encuesta de Latinobarómetro y los propios estudios de IDEA nos revelan un aumento relevante en la insatisfacción de los ciudadanos con el funcionamiento de la democracia. Este fue el tema del seminario organizado por la CEPAL e IDEA recientemente, al cual invitaron a ex Presidentes a buscar explicaciones al fenómeno político y social, el cual fue introducido en datos y tendencias por el ex Ministro Sergio Bitar y por un análisis por parte del representante regional de IDEA, Daniel Zavatto.
Ricardo Lagos, Laura Chinchilla (Costa Rica) y Luis Alberto Lacalle (Uruguay), el Ministro Gonzalo Blumel fueron los oradores del encuentro, y quienes se arriesgaron con hipótesis que expliquen porqué hemos pasado de un 51% de insatisfacción de la democracia en la región a un 71%.
Las respuestas de los ex Mandatarios las podemos ordenar en dos grandes categorías.
La primera en las instituciones desfasadas, que no se han adaptado a las nuevas tecnologías ni a las demandas sociales por mayor participación y resultados.
Una segunda hipótesis de respuesta se orientó hacia la descripción de los cambios en la ciudadanía, es decir, se advierte acerca de una población más pragmática y exigente.
Al respecto, el ex Presidente Lagos lo atribuyó, entre otras razones, a las expectativas frustradas de mejora en la calidad de vida. Añadió que tanto en Latinoamérica como en otros lugares como Europa y Estados Unidos la tendencia es que los sectores medios se sienten defraudados en sus expectativas, generando ello una frustración entre los ciudadanos que se ha ido incrementando.
A no dudar, el conversatorio fue muy interesante y con sugerentes hipótesis de respuestas a fenómenos que tienden a relativizar el valor de la democracia entre los países latinoamericanos, y sin duda una mención especial tiene la posición del Ministro Blumel, quien se definió como “cauteloso optimista”, haciendo un punto de diferencia con el tenor de las exposiciones de los ex Presidentes que centraron su análisis preferentemente en la desconfianza frente a las instituciones de la República, los partidos políticos y los políticos propiamente tal.
Tal vez el “optimismo” del Ministro esté en la base de una explicación más profunda del porqué hoy registramos sociedades más disconformes que ayer con la democracia representativa, ya que entregó un mirada que podemos enmarcar en la corriente liberal, la que entiende el progreso individual como un bien en si mismo y la sociedad como una oportunidad para conseguir mis deseos o preservar mis intereses, ante lo cual el Estado debe ser un arbitrio justo en la creación de las reglas del juego.
En este sentido racional, se pueden otorgar datos objetivos de una población que hoy goza de más y mejores libertades políticas que ayer, además de un mayor ingreso per cápita, entre otros indicadores.
Así, se entiende el optimismo desde una perspectiva histórica comparada que nos demuestra la existencia de un progreso irrefutable; desde esa vereda se situó la argumentación del “optimismo” del Ministro a pesar que la opinión respecto de la democracia esté a la baja, y el desafecto por ella en un franco proceso de ampliación según distintos estudios de opinión pública.
En ese sentido, muy posiblemente el malestar ciudadano tiene que ver más con el hombre moderno o pos moderno, que con una mirada o análisis institucionalista de la situación política latinoamericana.
Es decir, pareciera que las causas del desafecto las podríamos elucubrar mejor entre los filósofos que entre políticos profesionales, aunque por supuesto que ello no resta valor al interesante conversatorio que organizó CEPAL. Además, un seminario entre filósofos probablemente no habría contado con asistentes.
En perspectiva, pareciera una obviedad que las instituciones latinoamericanas no están funcionando adecuadamente según lo permiten hoy las tecnologías, sobre todo abriendo espacios a una mayor participación ciudadana, sin embargo, ¿será esa la respuesta de fondo a la desafección ciudadana o un medio para mitigarla?
No hay disensos acerca de la necesidad de reformas o modernizaciones en el Estado, como las prometidas desde hace décadas para el Estado chileno. No obstante, el asunto de la desafección pareciera más profundo que aquello, puesto que pareciéramos estar faltos de un sentido político común, una noción de comunidad, lo que el ex Presidente Lagos ejemplificó con la construcción del ferrocarril al sur de Chile en el siglo XIX que, a pesar de todas las vicisitudes políticas y sociales, los gobiernos avanzaron hasta terminar las obras. ¿Cuál es el proyecto de hoy que podría convocar una mirada de progreso y bien común?
Pareciera que en los nuevos tiempos se tiende a atomizar más la sociedad y a pesar de estar hiper comunicada, se está modelando entre grupos de intereses particulares o puntuales (entre ellos los políticos profesionales), no necesariamente rentistas, pero si desconectados del resto.
Así se explica que la mayoría (según los sondeos de opinión) tiene esperanza en un futuro mejor en lo personal, pero sigue aumentando la desvalorización de la democracia en el mismo sentido de una baja noción de responsabilidad hacia los demás. Cuestión que ha quedado de manifiesto en los escándalos de corrupción entre los mismos políticos y autoridades de las instituciones públicas en toda Latinoamérica.
En consecuencia, nuestras poblaciones tienden a vincular sus intereses a derechos exigibles cada vez más difíciles de garantizar por el Estado, mientras que a su vez no se sienten responsables de la nación, ni menos comprenden o adhieren a una visión de bien común.
Así la meritocracia es una quimera, el orden social jamás se considera justo, y las políticas de bien común no son valoradas. Todo se reduce más bien a necesidad de políticas públicas en sintonía con el interés personal. El individuo moderno es más “universal”, más exigente, más demandante de derechos, más ingobernable y sobre todo más pragmático, es decir, más utilitarista.
Las preguntas que parecen surgir, entre otras, para intentar valorar o ponderar el ethos cultural predominante son: ¿será el hombre utilitarista el idóneo para la mantención de la democracia representativa?
¿Cuáles son los nuevos valores que deberá encarnar el sistema democrático, ya que se hace difícil seguir enarbolando con cierta credibilidad la igualdad, libertad y fraternidad como un fin de sociedad (es decir para toda la nación)?
¿Alguien podrá intentar ejercer autoridad para velar por el bien común, en un contexto que tiende a entender la política como una suma de intereses individuales?