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El auge de la comedia política
Pareciera que la ciudadanía occidental está reaccionando a las elites profesionales de la política o establishment buscando líderes atípicos que no surjan desde una instancia partidaria, sino más bien sean productos de fenómenos comunicacionales nacidos con una propuesta anti sistémica y disruptiva que estén en sintonía con el “sentimiento de las mayorías”. Es el caso del recién electo Presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky.
Lunes 29 de abril de 2019
Siguen en el mundo los comediantes ganando seguidores en los comicios electorales. Esta vez fue Volodymyr Zelensky en Ucrania, quien luego de un papel en la serie “El servidor del pueblo” consiguió desbancar a Petro Poroshenko, que se presentaba a la reelección.
Zelensky vino a demostrar la eficacia de una estrategia política fundada en “innovación e ingenuidad de lo desconocido”, en un contexto en que la ciudadanía ucraniana no quería más políticos profesionales, manifestándose con un 73% en favor de brindar una oportunidad a un actor que da garantías de no tener una hoja de vida sucia por no contar a su haber con una participación en el poder. En efecto, la receta del éxito sería un actor de imagen honesta, quien representó recientemente en televisión el papel de un ciudadano común que llega por “accidente” a la primera magistratura, siendo por ello una figura que avalaría la probidad y el buen gobierno, básicamente, porque no proviene de las corruptas elites políticas.
Esta apuesta de los ucranianos, al igual que los húngaros y guatemaltecos, deberá enfrentar complejos asuntos de Estados, para lo cual se ofrece por parte del entrante Presidente Zelensky sentido común y “olfato” político. La nueva autoridad ucraniana deberá responder a enormes desafíos a la seguridad interior y exterior del país. De hecho, mantiene un conflicto latente con Rusia y una violencia política que se registra hace más de cinco años. Todo ello en el contexto de una pugna geopolítica-geoestratégica entre Rusia y la Unión Europea por la soberanía de Crimea, mientras que Estados Unidos se ha apartado de sus socios europeos para tácitamente apoyar los intereses rusos en Ucrania, dejando en una incómoda condición los intereses de la mayoría de los ucranianos.
Al respecto, pareciera que la ciudadanía occidental está reaccionando a las elites profesionales de la política o establishment, buscando nuevas alternativas de quienes, por un lado, representen lo novedoso (ojalá sin experiencia relevante en la administración o detentación de poder político) y, por otro, a los discursos políticamente incorrectos pero mayoritarios. Es decir, a líderes atípicos que no surjan desde una instancia partidaria, sino más bien sean productos de fenómenos comunicacionales nacidos con una propuesta anti sistémica y disruptiva que estén en sintonía con el “sentimiento de las mayorías”. Esto último los convierte en populistas, cuestión que nos motiva a comprender los procesos políticos de Brasil, Estados Unidos, Italia, entre otros, en los cuales, al igual que Ucrania, los partidos políticos se aprecian como un lastre y el discurso debe sintonizar con las emociones o afectos de las mayorías circunstanciales que critican la modernidad.
La elección en Ucrania viene a confirmar la tendencia de una ciudadanía que se inclina a lo incierto, a un voto anti sistémico y crítico, irracional y posiblemente de corto plazo si a respaldo se refiere. Es decir, se extrema la volatilidad de los compromisos, ya que resulta esperable que tras la audacia del actual nuevo Presidente Zelensky de sólo prometer que su ignorancia (política) y frescura será la mejor estrategia para hacer del país (Ucrania) “un lugar mejor” tendrá un período muy corto de aceptación o apoyo ciudadano incondicional, ya que sin realizar compromisos medibles o cuantificables, resultará complejo evaluarlo en su gestión en un contexto de hondas tensiones en el país, resultando fácil que la opinión pública se deslice prontamente hacia críticas a su gestión en un contexto de un poder sin sustento institucional (partidos).
En consecuencia, el cambio de época al cual asistimos lleva la impronta de una revisión a la legitimidad, fuentes y formas de ejercer el poder, en un contexto de mayores tensiones políticas y sociales entre Estados y al interior de los mismos en contra de un régimen internacional que no respondería al actual proceso de reparto de poder. Por ello, hemos visto cómo la tendencia es a valorar el pragmatismo por sobre los principios; a exigir renovación e innovación permanente descartando la estabilidad e institucionalidad vigente; a optar por la espontaneidad de fenómenos pasajeros amparada en los afectos y/o estados de ánimos por sobre la racionalidad. Así las cosas, todo nos indica que la función continuará. ¡Ojalá el telón no nos caiga justo en la cabeza cuando esta termine!