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Duelo y Experiencias de Pérdida sin Perder
En numerosas ocasiones, la pérdida puede llevar a una discrepancia tan profunda en la propia coherencia interna que el individuo pierde su propio sentido de sí y experimenta una transformación de identidad.
Miércoles 30 de diciembre de 2015
En la región de los Ríos se han suscitado varios episodios de desapariciones de personas, las cuales continúan en absoluto misterio. Hace unos días nos enteramos que finalmente se halló el cuerpo de la novia desaparecida, en el fondo del río. Esta noticia, nos tuvo en vilo por semanas. Estábamos al tanto de las pericias policiales y probablemente, cada uno de nosotros, tiene sus propias hipótesis de lo ocurrido.
Pero más allá de estas consideraciones, hay algo más profundo, algo que nos impacta y nos afecta, que nos conmueve y nos provoca. Que es la experiencia de pérdida.
Esta experiencia, forma parte de la naturaleza humana. La pérdida es tanto una experiencia emotiva, como una de construcción de significados que se realiza en torno a ella. Desencadena una proceso que implica un reordenamiento de las propias construcciones que el individuo ha elaborado a lo largo de su vida, construcciones que abarcan el sentido de sí mismo y del mundo.
En numerosas ocasiones, la pérdida puede llevar a una discrepancia tan profunda en la propia coherencia interna que el individuo pierde su propio sentido de sí y experimenta una transformación de identidad. Es así, que para enfrentar esta dura experiencias, aparecen ciertos ritos de transición, los que implicarían la aceptación personal y social del significado de la muerte. Estos ritos son mucho más complejos porque suponen el pacto y la aceptación de que alguien significativo ha muerto, que su cuerpo será aniquilado.
En cada duelo, es necesaria la articulación de las esferas pública, privada e íntima. Lo público es aquello notorio, manifiesto. En cambio lo privado es aquello personal, apartado. Y lo íntimo es lo recóndito, lo más interior.
Lo público nos dice cómo debe ser el duelo, lo delimita. En lo público está el ritual de la muerte, el funeral, que separa a los vivos de los muertos. En lo privado está el tiempo del duelo, un tránsito acompañado de angustia, es el tiempo que el deudo necesita para separarse de su muerto y no caer con él. Aquí, se encuentra el tiempo que el deudo está con el cadáver con sus pertenencias, querer conservar algo del él. Finalmente en lo íntimo se confronta al deudo con el vacío del otro, con la experiencia del fantasma, la cual puede percibirse como una desintegración de la propia continuidad.
Cuando únicamente hay desaparición, cuando no hay cadáver, no hay rito, las esferas no se unen. La comunidad empatiza en el rito, se confronta con la experiencia de pérdida de uno de los suyos. El deudo no puede apartarse, no puede desligarse, no está la exposición previa a la separación. En lo íntimo se sigue ligado al vacío, a la desintegración de la no presencia y no ausencia del desaparecido. Por tanto no hay duelo, únicamente hay ambivalencia, hay esperanza y angustia, hay vacío y fe. En definitiva no hay descanso, no hay cierre, no hay posibilidad de actualizar el sí mismo, porque se está atado al que no está, pero que podría estar.