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Terremoto alimentario
El hambre aumenta en el mundo. Según el último informe de la FAO publicado hace algunos días, son 830 millones de personas las que sufren inseguridad alimentaria, es decir, un 10% de la población mundial. Se trata de una verdadera catástrofe humana, un terremoto de magnitud, pues solo en seis años este número ha aumentado casi al doble.
Jueves 28 de julio de 2022
Y es que alimentar no es tarea fácil hoy, y menos lo será en el futuro con una demanda que aumentará un 20% en 15 años. Transformar el agua en alimentos, y que éstos lleguen a los hogares, requiere más que discursos. Requiere entender la gran variedad de actores que influyen en la cadena, incluyendo el rol fundamental del comercio internacional. Requiere, además, distinguir entre la disponibilidad de alimentos (producción) y la posibilidad de las personas de acceder a ellos. Y, sobre todo en tiempos de crisis, requiere diferenciar las ayudas de carácter puntual de aquellas reformas estructurales para crear sistemas resilientes, potenciando la innovación, investigación e inversiones.
Esta crisis se profundizará si nos vamos por el camino de apoyar solo a una parte de quienes producen o con una sola manera de producirlos. En Chile, sólo el 30% del trigo panadero es producido por agricultores de menos de 20 hectáreas y a nivel mundial la producción local de alimentos no satisface a más de un tercio de la población.
Estamos frente a una tormenta perfecta que ha producido grandes alzas en los precios de los alimentos, solo comparable con crisis como las del 74 y del 2008, y que al menos mantendrá estos niveles hasta el 2024.
Y, como suele ocurrir en estos casos, los hogares más vulnerables de nuestro país serán los más afectados, pues gastan un tercio de su presupuesto en alimentarse y dada el alza de 18% del IPC de los alimentos del último año, sin duda requerirán ayuda.
En Chile, son muchos los factores que afectan la producción y el acceso a los alimentos. No solo la guerra en Ucrania, sino también el aumento del precio del dólar y de los insumos -los fertilizantes-; la tensión en transporte y logística; el cambio climático que ha provocado una sequía prolongada; y también, la evolución de uno de los dolores más profundos de nuestro país: la inseguridad que se vive en la Macrozona sur (La Araucanía produce la mitad del trigo en Chile).
Y como si esto fuera poco, la propuesta de Nueva Constitución aumenta la incertidumbre con un fuerte sesgo urbano sin entender lo que verdaderamente pasa en nuestras regiones y territorios. ¿Podremos seguir asegurando la alimentación con la caducidad de los derechos de agua, las restricciones que impone la soberanía alimentaria y las limitaciones al derecho de propiedad?