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¿Qué nos está diciendo el desierto florido?
Un plan nacional de regadío no solo para nuestro desierto, sino a gran escala para el territorio nacional pemitiría tal vez duplicar o más nuestra superficie agrícola regada.
Viernes 29 de septiembre de 2017
Su mensaje es inequívoco y tajante. Nos asegura que, en presencia de agua, el desierto es fértil. Una reciente visita al desierto de Atacama florido me recordó los rasgos centrales, y en muchos sentidos exclusivos, de nuestra geografía. Chile no es, en absoluto, una “loca”, sino a todas luces una “bendita geografía”, que debemos saber desentrañar, para relevar así el inconmensurable potencial que alberga. Napoleón sostenía que la política de los países nacía de su geografía.
En el desierto de Atacama no hemos cumplido a cabalidad esta tarea. En cambio, hemos sido ingeniosos y constantes en sacar provecho de los abundantes recursos minerales con que fue dotada la región. Atacama es un desierto de altura. Recibe la más alta radiación solar directa del mundo. La media anual absorbida es de 3.600kWh/m², y el promedio diario de radiación es de 10 kWh/m². Este desierto es también el más árido del planeta.
La portentosa radiación recibida explica la enorme cantidad de paneles solares que pueblan el desierto y la proliferación de torres eléctricas con sus flamantes líneas de transmisión de energía. En presencia de riego, las opciones de cultivo son ilimitadas, tanto en los fondos planos, como en las laderas de diversas orientaciones. La evidencia de ello son los minúsculos asentamientos humanos dispersos por doquier. Allí, sus moradores cultivan vegetales para autoconsumo, y en torno a ellos crece además una vegetación arbórea sana y desarrollada. Tan pronto haya agua, hay vida vegetal y animal.
Regar el desierto con agua desalinizada del mar ya no es una utopía, dado el vertiginoso y constante progreso tecnológico y económico alcanzado en esta materia. Es una obligación perentoria como país, ya que concurren todos los requisitos para hacerlo. Está disponible, al alcance de la mano, el agua del mar, colindando estrechamente con los extensos planos y laderas susceptibles de ser regados. También están la energía necesaria y las extensas redes aéreas de interconexión para distribuirla. Está igualmente disponible una moderna red vial de carreteras en el desierto que son de excelente calidad y densidad. Asimismo, existe en el norte una notable cantidad de puertos a la espera de embarcar nuestras exportaciones. Contamos, además, con un acervo de experiencias con resultados positivos, acumulados por empresas de pequeños y medianos agricultores, que están en pleno funcionamiento.
Sin embargo, concurre un argumento central y definitivo que es poco conocido. Por su latitud subtropical, el clima del desierto es capaz de tener una producción agropecuaria prácticamente continua, y no estacional, durante todo el año. A mayor abundamiento, cabe recordar que el 90% de la población mundial vive en el hemisferio norte, y tan solo el 10% en nuestro hemisferio sur. Ello nos abre una posibilidad real e ilimitada de abastecer con alimentos frescos a una demanda agropecuaria de gran escala, durante el largo y frío invierno del hemisferio boreal.
Es de una obviedad tan mayúscula como evidente que Chile tiene una geografía bienaventurada, de la cual podemos sacar ingentes ventajas a escala mundial. Una cordillera andina de altura a lo largo de todo el país nos almacena las lluvias invernales para regar durante el verano, además de actuar simultáneamente como un filtro fitosanitario natural por el este, como lo es el océano Pacífico por el oeste y el extenso desierto por el norte.
Un plan nacional de regadío no solo para nuestro desierto, sino a gran escala para el territorio nacional permitiría tal vez duplicar o más nuestra superficie agrícola regada. Construir a partir de las realidades de estas primacías de nuestra naturaleza nos puede transformar en la potencia agroalimentaria.
Todo lo consignado arriba corresponde a aquello que en geopolítica se conoce como “destinos manifiestos”. ¿Nos podemos dar el lujo de despreciar y postergar esta oportunidad única que nos ofrece nuestra bendita naturaleza? Lo único que nos falta para regar nuestros desiertos es la voluntad y el coraje para hacerlo.