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El fin del Senado
La eliminación del Senado puede discutirse desde el punto de vista histórico y político, también desde la perspectiva del fortalecimiento de la democracia. Sin embargo, es perfectamente lógico y entendible que un proceso revolucionario quiera terminar con este tipo de instituciones.
Lunes 18 de abril de 2022
La Convención constituyente, en su proceso de cambio radical del sistema político e institucional chileno, ha resuelto terminar con los doscientos años de vida del Congreso Nacional bicameral. Para ello ha puesto fin al Senado, institución bicentenaria que formaba parte de la estructura de los poderes del Estado desde el nacimiento de la República.
Desde ahora, un Congreso de las Diputadas y Diputados y una Cámara de las Regiones conformarán el futuro Poder Legislativo, en una fórmula que todavía está en construcción. Como ocurre habitualmente en estos casos, se han levantado voces en una y otra dirección, tanto las que valoran la nueva estructura institucional como las que advierten que se está produciendo un “Transantiago” institucional, sin una regulación coherente, a lo que se sumaría que la ausencia del Senado elimina uno de los contrapesos fundamentales de la democracia republicana chilena.
No cabe duda que estamos frente a un cambio mayor en el sistema político chileno, entre los muchos que ha emprendido la Convención constituyente en estos nueve meses de funcionamiento y en los más de 200 artículos que ya se encuentran aprobados. Las consecuencias están por verse, pues para muchos –a mi juicio de manera ilusoria o poco fundada– el órgano ha ido demasiado lejos, en circunstancias que su encargo era canalizar a través de una constitución el proceso revolucionario que se puso en marcha el 18 de octubre de 2019. Hay otras formas de entender la circunstancia histórica que ha vivido Chile, pero es indudable que hay buenos fundamentos para entenderlo desde esta perspectiva que señalo.
Hasta 1973 era habitual que las principales figuras de los distintos partidos políticos formaran parte de la corporación. Si el Senado termina su existencia será cada vez más interesante comprender su institucionalidad y peso histórico, así como estudiar sus figuras fundamentales y la evolución de la institución. Arturo Alessandri Palma no solo fue un senador destacado, sino además Presidente de la Corporación; ese mismo cargo alcanzaron Salvador Allende y Eduardo Frei Montalva. El líder socialista apenas pasó por la Cámara de Diputados, cuando fue elegido en 1937, pero renunció para asumir como ministro de Salubridad del presidente Pedro Aguirre Cerda; Frei llegó al Senado en 1949, tras perder sucesivas elecciones para diputado y regresó en 1973, tres años después de dejar La Moneda. Carlos Ibáñez del Campo regresó a la Cámara Alta en 1949, para asumir una exitosa candidatura presidencial tres años después. Otros destacados o influyentes miembros del Senado fueron el doctor Eduardo Cruz-Coke, el poeta Pablo Neruda, Radomiro Tomic, Jorge Alessandri Rodríguez, Carlos Altamirano, Renán Fuentealba y muchos más.
Desde 1990 en adelante la izquierda no ha tenido a sus principales figuras en la Cámara Alta, un hecho sin duda inédito y que podría explicar parte del desafecto hacia la institución. Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Gabriel Boric –los tres Presidentes de la República desde entonces– no ocuparon escaño en el Senado. Fue distinto el caso de la Democracia Cristiana: Patricio Aylwin había sido senador antes de 1973 y Eduardo Frei Ruiz-Tagle lo fue después de dejar el gobierno en 2000. Similar cosa ocurrió en la centroderecha, cuyo único gobernante, Sebastián Piñera, fue senador en el primer Congreso de la democracia.
Sin embargo, todos los sectores tuvieron figuras relevantes en el Senado: Sergio Onofre Jarpa (RN) y Jaime Guzmán (UDI), los principales líderes de la derecha tras el regreso a la democracia; Arturo Alessandri Besa fue su candidato presidencial en 1993; Gabriel Valdés, Soledad Alvear y Andrés Zaldívar han sido figuras destacadas de la DC, a quienes se suman las dos candidatas presidenciales Carolina Goic y Yasna Provoste; Sergio Bitar (PPD), Ricardo Núñez y Camilo Escalona (PS), fueron senadores y presidentes de sus respectivos partidos, Ciertamente hubo otros que tuvieron una importante trayectoria en la institución.
Desde la restauración de la democracia en adelante, sus miembros entendieron que el Senado era un lugar de encuentro, con un claro sello republicano, que debía contribuir a lograr grandes acuerdos con sentido de Estado. Así lo expresaron sucesivos presidentes de la corporación –por ejemplo en sus discursos al asumir o al dejar el cargo–, como Gabriel Valdés, Sergio Diez, Sergio Romero, Andrés Zaldívar, Hernán Larraín, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Adolfo Zaldívar y Jovino Novoa. En la última década la institución ha cambiado parcialmente, pero manteniendo esos criterios originales y procurando respetar a las distintas fuerzas políticas, dando garantías a cada uno. En algunos aspectos los cambios han sido positivos, expresando la evolución de la participación de la mujer en la política nacional, que se ha reflejado en diferentes presidentas de la corporación: Isabel Allende (11 de marzo de 2014 a 11 de marzo de 2015), Adriana Muñoz (17 de marzo de 2020 a 17 de marzo de 2021), Yasna Provoste (17 de marzo de 2021 a 25 de agosto de 2021) y Ximena Rincón (25 de agosto de 2021 a 11 de marzo de 2022).
Sin perjuicio de ello, es evidente que el tiempo histórico actual es muy diferente y ello ha afectado al Senado como institución. El 15 de noviembre algunos miembros de la Cámara Alta concurrieron al Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, con el difícil desafío de institucionalizar la revolución de octubre de 2019. No obstante, como otros actores políticos del momento, no comprendieron que el “estallido” se dirigía en buena medida contra la clase política que ellos representaban y que no sería impensable que una nueva carta fundamental decidiera terminar con la histórica institución del Senado. De hecho, no era primera vez que se proponía esta fórmula, que ya había aparecido en el Programa de la Unidad Popular, que incluía crear una Cámara Única del Pueblo en reemplazo del tradicional congreso bicameral.
Adicionalmente, en el último tiempo el Senado se sumó en diversas formas a la horadación de la institucionalidad. Fue un presidente de la corporación quien dijo que si el presidente Sebastián Piñera quería gobernar tranquilo debía aceptar un “parlamentarismo de facto”. Ahí también se aprobaron algunos retiros del 10% “por única vez” y operaron acusaciones constitucionales con argumentos excéntricos, ajenos a los establecidos en la carta fundamental. Lo más curioso –aunque explicable– es que entre las muchas propuestas de la Convención que atentan contra la tradición constitucional chilena, son lesivas para la libertad o ponen en entredicho el éxito del proceso, muchos senadores solo han reaccionado cuando se ha propuesto terminar con la institución que ellos integran y no en cuestiones tanto o más graves. Lamentablemente, como algunos acusan, ello podría interpretarse como la defensa de un interés corporativo, más que un principio democrático, en circunstancias que la carta fundamental en su integridad debe representar un valor republicano relevante para el país.
La eliminación del Senado puede discutirse desde el punto de vista histórico y político, también desde la perspectiva del fortalecimiento de la democracia. Sin embargo, es perfectamente lógico y entendible que un proceso revolucionario quiera terminar con este tipo de instituciones, así como otras también aparecen fuera de época, de acuerdo a la conformación de la Convención constituyente y a la voz de la calle, tan reclamada y reafirmada en octubre de 2019. La estructura actual del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, la autonomía del Banco Central, el derecho a la vida del que está por nacer, la libertad de enseñanza y sus consecuencias, así como otros tantos temas claramente no forman parte de las convicciones y doctrina de la mayoría de la Convención.
Por el contrario, el camino avanza hacia un Chile plurinacional –aunque muchos no entiendan lo que significa o no sepan explicarlo– y con subsidios electorales y políticos a ciertos grupos o identidades, en claro perjuicio de la democracia representativa. El microclima constituyente avanza en una dirección diferente, a la espera de la resolución de los ciudadanos en el plebiscito de salida, que bien podrían validar el experimento o bien podrían oponerse a una propuesta que sigue avanzando semana a semana, paso a paso, sin vuelta atrás.
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