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La épica de Solidaridad en Polonia
Como diría el propio Lech Walesa tiempo después, es casi seguro que el comunismo habría caído igual de no haber existido Solidaridad, aunque probablemente “hubiera durado 50 años más y el final habría sido sangriento”.
Domingo 14 de abril de 2019
Hace 30 años, Europa y el mundo en general vivieron un año excepcional. Habitualmente se recuerda, por su simbolismo y espectacularidad, el derrumbe del Muro de Berlín. Sin embargo, los sucesos fueron mucho más amplios y alcanzaron a los diversos países regidos por los sistemas comunistas, que comenzaron a experimentar oleadas de protestas, movilizaciones populares y llamados a la democratización.
Una de las naciones que vivió esta etapa con especial vitalidad y sentido histórico fue Polonia, país sojuzgado varias veces durante el siglo XX. Primero fue con la invasión de Hitler en 1939, que dio origen a la Segunda Guerra Mundial, y luego fue con la “liberación” lograda por las fuerzas del Ejército Rojo, que permitieron el ingreso de las fuerzas comunistas de la Unión Soviética. Sin embargo, pronto quedaría claro que la salida de los nacionalsocialistas no significaría el comienzo de una era de libertad, sino que la continuidad de la opresión bajo una nueva fórmula, como explicó muy bien Czeslaw Milosz en El poder cambia de manos (Ediciones Destino, 1980), obra que en 1953 obtuvo el Prix Littéraire Européen.Por su parte, Juan Pablo II, el Papa polaco, se refería al comunismo y el nacionalsocialismo que habían dominado en su patria como “las ideologías del mal”, en Memoria e identidad(2005), un valioso análisis sobre el siglo XX, desde una perspectiva religiosa y cultural.
Primero de manera clandestina, luego cada vez con más fuerza, los trabajadores polacos del astillero Lenin entendieron que era necesaria una presión social para quebrar a un régimen que parecía indestructible, como era el sistema comunista a fines de la década de 1970.
En 1989, entre otros fenómenos relevantes, comenzó el final de la dominación comunista en Polonia. Para ser más precisos, la historia se remontaba una década atrás, con el surgimiento del Sindicato Solidaridad, liderado por Lech Walesa; se trataba de una organización autónoma del régimen, algo prohibido en Europa del Este. Primero de manera clandestina, luego cada vez con más fuerza, los trabajadores polacos del astillero Lenin entendieron que era necesaria una presión social para quebrar a un régimen que parecía indestructible, como era el sistema comunista a fines de la década de 1970. Wojciech Jaruzelski toleró la expresión obrera, abriendo espacios de libertad que en otras partes eran impensables, incluso contra los consejos soviéticos. Quizá pensaba en su capacidad para manejar la situación o en la especificidad polaca, aunque la historia mostraría prontamente su fracaso.
Walesa logró, en primer lugar, realizar manifestaciones multitudinarias, en lo que se convirtió en una esperanza de cambio para las sociedades comunistas de Europa oriental. Por otro lado, el líder de Solidaridad logró darle una dimensión internacional a su proyecto, que recibiría un reconocimiento especial en 1983, cuando se le otorgó el Premio Nobel de la Paz a Lech Walesa. Por las cámaras de televisión logró transmitir un mensaje sencillo y claro: “no queremos el comunismo, nunca lo quisimos”. Aunque todavía quedaban algunos años de trabajo, sinsabores, persecuciones y luchas, finalmente Walesa y Solidaridad lograrían abrir el sistema político y provocar el quiebre de la resistencia.
El 5 de abril Polonia vivió un momento especial: la legalización del Sindicato Solidaridad, que hasta entonces todavía vivía bajo la sombra de la clandestinidad, aunque con una acción visible en toda la sociedad. La fórmula fue un acuerdo entre el gobierno y la oposición a través de lo que se llamó “la voluntad de acción solidaria”, para avanzar en reformas, en un contexto de crisis económica, descontento de la población y necesidad de canalizar democráticamente el proceso político. Para ello, se realizarían elecciones parlamentarias dentro de un par de meses, en lo que representaba una novedad radical y que no tendría vuelta atrás.
Tras la firma de los acuerdos, Walesa realizó una declaración muy ilustrativa del momento que se vivía: “Hoy, cuando me asomé al balcón muchos me saludaban, pero con la duda en los ojos. Pronto deben aparecer las señales de que nace una nueva Polonia para que la gente crea que realmente existen todavía oportunidades” (El País, 7 de abril de 1989). Todo parecía indicar el comienzo de una nueva etapa, aunque con los temores propios de décadas de sufrimientos.
La gran victoria y la épica de Solidaridad es haber logrado el fin del comunismo con mayor rapidez y sin derramamiento de sangre
Finalmente, el 18 de abril se reunieron Jaruzelski y Walesa, por primera vez desde que Solidaridad fuera declarado ilegal en 1981. La reunión se extendió por casi dos horas, en lo que fue interpretado como el camino de la reconciliación de Polonia, entendida por el gobernante comunista como un proceso y no como un acto puntual. La normalización de la vida política concluiría con la llegada del propio Lech Walesa al gobierno polaco a comienzos de 1990, mientras otras naciones antaño comunistas vivían procesos similares de desmembramiento o democratización.
Como diría el propio Walesa tiempo después, es casi seguro que el comunismo habría caído igual de no haber existido Solidaridad, aunque probablemente “hubiera durado 50 años más y el final habría sido sangriento”. La gran victoria y la épica de Solidaridad es haberlo logrado con mayor rapidez y sin derramamiento de sangre, en un país como Polonia, que ya había acumulado demasiados sufrimientos durante el dramático siglo XX.
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