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Ataque a la Universidad
En este Chile “que cambió” estamos más bien enfrascados en discutir los detalles de un proceso constituyente, que sin duda es importante, pero también lo es el enfrentar de veras los saqueos e incendios que llevan temor e inseguridad al ciudadano de a pie.
Lunes 30 de diciembre de 2019
Frente al asalto a nuestra sede de Bellavista el pasado viernes, queda flotando una sensación de impotencia e incredulidad al observar este vandalismo nihilista con pulsiones de muerte que parece aglutinar a grupos de antisociales que se desplazan por las calles en una especie de contracultura sociológica que inunda todo lo que nos rodea.
La literatura la define como una cultura “tanática” que se monta sobre el fracaso y el vicio. Bebe de desilusiones, crece en el negativismo y esconde su cobardía tras el anonimato y las capuchas.
Pero un vandalismo así de extremo que como un reguero de pólvora está incendiando Chile, en cualquier sociedad que comparte un mismo “ethos” de convivencia, habría sido repudiado por todos los sectores y combatido con fuerza. No, aquí ha comenzado a formar parte del paisaje urbano chileno, y para muchos, justificado como “el fruto de la modernidad”, “el despertar de un pueblo”, “la calle me pertenece”, frases que a estas alturas parecen vacías de contenido y revelan una anomia moral que lamentablemente está anegando el debate público en un país que exhibe una fractura profunda en su alma.
En Chile cuesta hablar de la política en el sentido aristotélico de una acción virtuosa de bien común que reviste al Estado de un poder legítimo para procurar una vida buena.
En este Chile “que cambió” estamos más bien enfrascados en discutir los detalles de un proceso constituyente, que sin duda es importante, pero también lo es el enfrentar de veras los saqueos e incendios que llevan temor e inseguridad al ciudadano de a pie.
La complicidad de la mala política es asumir un doble estándar moral mediante un rechazo retórico a la violencia y al mismo tiempo acusar al Gobierno de excesos cada vez que intenta cumplir con su deber de cautelar el orden público. Si la verdadera política no saca la voz firme ante este espectáculo de ostentosa destrucción, todo Chile se convertirá en una “zona cero”, como ocurre simbólicamente en la mal llamada “Plaza de la Dignidad”.