Educar para convivir

Desde la Política Nacional de Convivencia Escolar, “la Convivencia Escolar se entiende como un fenómeno social cotidiano, dinámico y complejo, que se expresa y construye en y desde la interacción que se vive entre distintos actores de la comunidad educativa, que comparten un espacio social que va creando y reecreando la cultura escolar propia de ese establecimiento”.

Martes 25 de abril de 2017

Educar para convivir
escrito por

Daisy Contreras, académica Facultad de Psicología U. San Sebastián

Por calendario escolar, el 21 de abril nuestro país celebra el Día de la Convivencia Escolar, tema de gran relevancia hoy, tras las innegables evidencias que arrojan las investigaciones que relacionan la convivencia y el aprendizaje, afirmando que los buenos climas de convivencia son un factor crucial para que se desarrollen de mejor manera los aprendizajes, además que resulta ser fundamental en el desarrollo personal y de toda comunidad humana (Mineduc, 2016). Dado lo anterior vale la pena señalar que el solo hecho de compartir un espacio, en un determinado momento, interactuar a través de un saludo o una tarea afín, no asegura la percepción de convivencia; solo se trata de estar presente en presencia de otro, ejerciendo una acción.

Desde la Política Nacional de Convivencia Escolar, “la Convivencia Escolar se entiende como un fenómeno social cotidiano, dinámico y complejo, que se expresa y construye en y desde la interacción que se vive entre distintos actores de la comunidad educativa, que comparten un espacio social que va creando y reecreando la cultura escolar propia de ese establecimiento”. En este sentido, convivir resulta ser un proceso que se co-construye entre presencias… entre personas presentes que comparten un espacio-tiempo, cuyos significados y/o representaciones se afectan.

El problema surge cuando al estar juntos se desconoce el concepto de alteridad, es decir, se rechaza la idea de que el otro es distinto a mí, que tiene una concepción del mundo diferente a la mía, y se le juzga y exige que cumpla ciertos parámetros esperados, similares al mío, para poder convivir en paz. La convivencia, ya sea en la escuela, en el trabajo, o en la vecindad, puede generar culturas segregadoras como inclusivas, afables u hoscas, respetuosas o groseras, tranquilas o agresivas; solo depende de las actitudes y prácticas habituales que se establezcan entre sus miembros.

Si quienes conforman esa comunidad juzgan la diferencia como algo negativo, difícilmente podrán interactuar de forma armónica y colaborativa. En este sentido, las orientaciones del Mineduc se equivocan cuando establecen que la convivencia favorece la inclusión escolar, por el contrario, es la inclusión la que favorece la convivencia, pues solo cuando podamos reconocer la importancia y lo valioso que es la existencia del otro en la presencia de uno, sólo así podremos convivir.

Entonces, ¿cómo podemos convivir dejando que el otro siga siendo otro y construirnos en comunidad? El reconocer al otro como un ser único, valioso e irrepetible es un gran paso. Sin embargo, educar para convivir también requiere de confianza, amor y colaboración, tres aspectos basales de la educación en nuestros antepasados y tan poco considerados en las políticas educativas y proyectos institucionales actuales.

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