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Estereotipos limitan el desarrollo de los niños
El derecho a “ser”, se ve condicionado por un conjunto de estereotipos que se imponen en la infancia y que nos obliga a comportarnos de acuerdo al nombre, el que a su vez es definido por un género y sexo.
Miércoles 29 de agosto de 2018
Desde el nacimiento, toda persona tiene derecho a obtener una identidad. La identidad incluye el nombre, el apellido, la fecha de nacimiento, el sexo y la nacionalidad. Es la prueba de la existencia de una persona como parte de una sociedad, como individuo que forma parte de un todo. No obstante, este derecho a “ser”, se ve condicionado por un conjunto de estereotipos que se imponen en la infancia y que nos obliga a comportarnos de acuerdo al nombre, el que a su vez es definido por un género y sexo.
De acuerdo al MINEDUC, “género” es una construcción sociocultural de las diferencias sexuales biológicas, lo que implica prácticas de diferenciación de hombres y mujeres en relación a lo masculino y lo femenino, donde median símbolos, normas e instituciones. Hasta aquí todo bien, el problema comienza cuando observamos actitudes y prácticas teñidas de prejuicios y valorizaciones diferenciadas de cómo la emocionalidad, la capacidad física e intelectual, la sexualidad, los intereses, entre otros, se manifiestan en cada uno de los géneros. Estos son los denominados estereotipos de género, los cuales constituyen normas no escritas que se deben cumplir, si se quiere pertenecer a esta sociedad: los niños de azul, las niñas de rosa; los niños juegan a las guerras, las niñas a las mamás; los niños son de fútbol, las niñas de ballet, etc.
Sin duda esta división dicotómica de la sociedad, encasillada a ciertas formas de actuar, quita libertad para que nos podamos expresar y ser quienes deseamos ser. Quizá ese niño nunca se atreverá a llorar en público y reprima sus sentimientos, pues le hemos enseñado que los niños no lloran y las niñas son las “emocionales”; o bien, esa niña nunca reclame ante una injusticia en su contra, pues desde pequeña ha escuchado que las mujeres son recatadas, cautas y no deben actuar de forma impulsiva.
Lo realmente negativo de todo esto es que hemos naturalizando esta idea e incorporado a nuestro repertorio de creencias, haciéndola finalmente realidad. Según un estudio del Sernam (2008) los profesores (de ambos géneros) tendían a ser más paternalistas y a ofrecer más ayuda a las niñas en matemáticas, por su creencia de que los hombres tienen mayores habilidades aritméticas, así como también a usar ejemplos de estereotipos de género para ilustrar conceptos (por ejemplo, “¿qué es lo que una mamá necesita hacer al escribir la lista del supermercado?” o “un chofer de camiones maneja 60 km…”). Por su parte, en la última evaluación PISA, el 50% de los padres de varones de 15 años reportaron que esperaban que sus hijos trabajaran en ciencias, tecnologías, matemáticas, en contraste con el 16% de padres de niñas.
Esta construcción de lo que es “ser mujer” y “ser hombre”, configura identidades cerradas, que matan la capacidad de crear y limitan el potencial de lo que podemos llegar a ser. Sin embargo, lo peor no es eso, sino que no lo vemos. No somos capaces aún de identificar en los avisos publicitarios, en los cuentos y canciones infantiles, en las películas y en nuestra propia historia, cómo hemos sido víctimas y victimarios de estos prejuicios y creencias discriminatorias. La tarea entonces es mirarnos y reflexionar acerca de nuestros modos de relacionarnos los cuales se han ido consolidando a lo largo de la vida a partir de los mandatos familiares e institucionales, afectando nuestro bienestar y calidad de vida.