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Un llamado a despatologizar la infancia
El movimiento de despatologizacion de la infancia o de las diferencias, hace una cruda crítica a las empresas farmacéuticas y su necesidad de hacer creer a los sujetos del imprescindible uso de fármacos para hacer frente a la sociedad.
Jueves 6 de julio de 2017
Estamos en la mitad del año escolar, momento en que confluyen el cansancio, el cumplimiento de expectativas, el apremio del tiempo, las evaluaciones y la toma de decisiones. El sistema exige a los profesores dar cuenta de los resultados obtenidos con cada uno de los estudiantes y en un consejo ampliado, cual coliseo romano, se determina el futuro de aquellos que no han podido cumplir con los estándares deseados.
Para dicha decisión uno de los argumentos que más se escucha en los análisis, es el tratamiento médico prescrito por los especialistas para sanar o disminuir la sintomatología que explica o causa las dificultades del estudiante: que si la madre lo llevó o no a médico, que si le da o no la pastilla, que la dosis del fármaco no resulta la apropiada, que el niño parece que tiene otro diagnóstico… Como cuestionan algunos autores, ¿por qué hoy un niño que le va mal en la escuela es derivado al neurólogo? ¿Cuándo características como la tristeza, la inquietud infantil, la timidez o la rebeldía adolescente, que son inherentes a lo humano, se transforman en patología?
Carlos Skliar (2017) y otros desarrollan la idea de despatologizar la infancia como fundamento de un modelo de lo humano, un modelo de la sociedad distinto al que hoy impera. Al parecer, el que ahora conceptualicemos los problemas de aprendizaje o conductas bajo un rótulo, tranquiliza a quienes rodean al estudiante: “¿por qué se porta mal Benjamín? Se porta mal porque tiene un déficit atencional (TDA)”. Este análisis permite a los docentes, y muchas veces también a los padres, explicar lo que hasta ese minuto no tenía una respuesta clara y que diera cuenta de las “diferencias de Benjamín”, sin embargo, se genera un daño irreparable. Desde el día del diagnóstico, ya nunca más será “Benjamín, el estudiante del 4°A”, a partir de ese momento será “Benjamín, el TDA del 4°A”. Algo ocurre que se comienza a desdibujar la idea de un sujeto único, en este caso Benjamín, el niño molestoso, que no para de reír en clases, que no escribe, que le gusta dibujar, que no logra mantener la atención por más de 20 minutos, que es cariñoso con sus profesores, a un sujeto con una sigla, como si hablar del niño TDA fuera suficiente para hablar de Benjamín.
Benjamín y sus “problemas de conducta” son resultado de un contexto, de interacciones con los pares, con los adultos, de una normativa de la escuela, no son solo conductas de Benjamín. Por otra parte, por qué sus características resultan ser un problema.
El movimiento de despatologizacion de la infancia o de las diferencias, hace una cruda crítica a las empresas farmacéuticas y su necesidad de hacer creer a los sujetos del imprescindible uso de fármacos para hacer frente a la sociedad y que busca la adaptación del niño a los requerimientos que le impone la época y que busca entrenarlos para producir más y mejor.
Por consiguiente, no sólo son las empresas las principales causantes de este problema, es todo un sistema, pues si la educación tuviera otros estándares, otros requerimientos, aparte de la competitividad por resultados académicos y la idolatría por la inteligencia conceptual, no habría necesidad de “medicar a Benjamín”.
Si bien puede haber quienes no compartan esta reflexión social, que los autores como Carlos Skliar, Gisela Untoiglich y Juan Vasen desarrollan, creo que muy pocos pueden dejar de impresionarse con las altas tasas de diagnósticos médicos en la infancia y la temprana edad en que se comienza a medicar a los escolares que, dadas sus características particulares, no calzan con la “norma”.