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Radiactividad en la salud sexual
Los resultados concluyeron que la radiación influyó significativamente sobre la salud de las madres, fetos y niños/niñas, observándose anomalías de varios órganos, incremento en las tasas de abortos y de muertes intrauterinas. Las embarazadas presentaron además, una disminución de los mecanismos de compensación-adaptativas lo que originó trastornos fetoplacentarios que desencadenaron enfermedades crónicas en sus hijos/hijas.
Martes 26 de abril de 2016
Han transcurrido treinta años desde la explosión del núcleo de un reactor de la central de Chernobyl en la actual Ucrania. Con este accidente, se liberaron 200 toneladas de material radiactivo como yodo, estroncio 90 y cesio 137, lo que significó una radioactividad de 50 millones de curies, equivalentes a 500 bombas de Hiroshima, lanzada durante la Segunda Guerra Mundial. No obstante, esta catástrofe fue superada por Fukushima durante el terremoto de 2011 en Japón.
La radiación nuclear, ha tenido consecuencias nefastas y duraderas sobre el medio ambiente y la salud de las personas. Gran parte de los contaminantes radioactivos son afines a nuestro organismo, lo que desencadena un efecto acumulativo en el tiempo. El yodo es de acción rápida y se asocia a un incremento de varios cánceres como el de tiroides y el estroncio, se deposita en el tejido óseo y desde ahí se irradia a los tejidos durante mínimo treinta años, según lo muestran las evidencias en las personas afectadas.
En aspectos de salud sexual y reproductiva, estas catástrofes han tenido consecuencias importantes. Después de Chernobyl, 688 mujeres gestantes y sus recién nacidos/as fueron investigadas hasta ocho años después del accidente. Se examinó la tasa de natalidad, complicaciones de la gestación, los cambios bioquímicos y estructurales en la placenta, entre otros. Los resultados concluyeron que la radiación influyó significativamente sobre la salud de las madres, fetos y niños/niñas, observándose anomalías de varios órganos, incremento en las tasas de abortos y de muertes intrauterinas. Las embarazadas presentaron además, una disminución de los mecanismos de compensación-adaptativas lo que originó trastornos fetoplacentarios que desencadenaron enfermedades crónicas en sus hijos/hijas. Por otra parte, en el período de lactancia la probabilidad de absorber radioisótopos en el tejido mamario es alta, no obstante, no existen evidencias del traspaso de elementos radiactivos a través del amamantamiento y su asociación con el cáncer de tiroides infantil.
Otras investigaciones han demostrado que la radiación nuclear afecta más la fertilidad de las mujeres que la de los hombres. Esto se explica porque la producción de espermatozoides o espermatogénesis es un proceso continuo en el varón, de esta forma, las células reproductivas anómalas desaparecen en el transcurso de noventa días. Así lo demuestran varios seguimientos a varones expuestos en Chernobyl, donde no se observó una alteración significativa de su fertilidad. A diferencia de la mujer, el pool de óvulos viene desde el nacimiento, por lo que si una célula expuesta a la radiación es fecundada después del evento, con seguridad se presentarán malformaciones congénitas hasta varios años después.
Por otra parte, se ha demostrado que la radiación generó un potencial daño en niñas que se encontraban cursando la pubertad durante la exposición a la radiación nuclear. En mujeres sobrevivientes de Hiroshima que cursaban este período de la vida cuando ocurrió la explosión, se ha presentado mayor riesgo de padecer cáncer de mama.
Nuevos estudios que se centren en el accidente de Fukushima podrán revelar cálculos más precisos sobre las consecuencias de accidentes nucleares en la salud. No obstante, las consecuencias para la salud de las personas de Chernobyl hasta ahora han sido devastadoras y después de Japón, los hechos demuestran que no hemos aprendido a establecer programas o estrategias que nos ayuden a mitigar los potenciales daños para la salud y el medio ambiente de la radiación nuclear.