Restarse de votar no es un derecho

La participación ha venido disminuyendo en las últimas décadas de manera notaria y ni siquiera las presidenciales han logrado atraer el interés de los votantes.

Jueves 16 de noviembre de 2017

Restarse de votar no es un derecho
escrito por

Sergio Castro,vicerrector sede Concepción Universidad San Sebastián

En las elecciones municipales de 2016 la abstención alcanzó al 65%, es decir, sufragaron alrededor de 4,8 millones de personas de un total de 14 millones de potenciales votantes. Una realidad preocupante  y que refleja, más allá de la implementación del voto voluntario, la indiferencia con que muchos chilenos observan los procesos eleccionarios. La participación ha venido disminuyendo en las últimas décadas de manera notaria y ni siquiera las presidenciales han logrado atraer el interés de los votantes. En las elecciones de primer mandatario del 2013 apenas la mitad del padrón electoral votó en primera vuelta y en el balotaje la abstención llegó al 58%. Una realidad muy distinta a la participación que tuvimos en la emblemática jornada del 5 de octubre de 1988 cuando un 87,9% se acercó a sufragar en el plebiscito de ese año.

¿Qué factores han alejado a los electores? Sin duda es una realidad compleja en que no se debe considerar como única variable el voto voluntario, pues la baja en la participación venía ocurriendo antes de la reforma.

Las rencillas entre dirigentes de diversas coaliciones poco ayudan en el desafío de lograr que los votantes vuelvan a creer en la relevancia del proceso.

Se trata de una situación multifactorial en que ha influido, por supuesto, el desprestigio de la política debido a situaciones de financiamiento irregular, pero también la falta de sintonía de muchos políticos con las reales necesidades e inquietudes de la población. Por lo demás, las rencillas entre dirigentes de diversas coaliciones poco ayudan en el desafío de lograr que los votantes vuelvan a creer en la relevancia del proceso.

No obstante, aquellos que vivimos jornadas históricas en que el poder del voto nos sirvió para recuperar la democracia y cambiar el futuro de este país tenemos el deber moral de insistir en la necesidad de que, en especial los jóvenes, participen en las elecciones.

Muchos dirán que su vida en particular no cambiará de acuerdo a quién llegue al poder. En una sociedad tan individualista como la nuestra, en que lo colectivo cada vez pierde terreno, algunos sienten que da lo mismo quién gobierne. Un error si consideramos que los actuales candidatos tienen visiones del país diametralmente distintas y ofrecen caminos diversos para lograr el desarrollo y la sociedad equitativa que todos anhelamos.

Restarse del proceso no da lo mismo sobre todo si tenemos en cuenta que la abstención no es equilibrada en los distintos grupos etarios y socioeconómicos.

Además, hoy tenemos un escenario en que el nuevo sistema electoral podría permitir que liderazgos emergentes lleguen al Congreso.

Por lo tanto, restarse del proceso no da lo mismo sobre todo si tenemos en cuenta que la abstención no es equilibrada en los distintos grupos etarios y socioeconómicos. Si bien el sistema de inscripción automática permitió que un porcentaje de jóvenes que no se había registrado pudiera votar, ellos son los más reacios a participar. Y entre los jóvenes, aquellos de menos recursos presentan tasas más altas de abstención. Es lamentable generar esas distorsiones en los resultados, pues la opinión de amplios sectores de la población, por su propia decisión, no está siendo reflejada.

Los jóvenes deben entender que votar es un derecho, pero también un deber. Un compromiso con el país y la democracia que tanto costó recuperar. Cuidarla hoy es responsabilidad de todos. Quedarnos en los cálculos pequeños sobre a qué coalición le favorece la abstención es un grave error, pues la baja votación perjudica al país y a su sistema democrático.

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