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Centenario de la Revolución Bolchevique
La Revolución de Octubre sigue siendo un caso fascinante de investigación y de difusión histórica. No es casualidad que millones de personas hayan puesto ahí sus expectativas de un mundo mejor, aunque la evidencia del siglo XX haya mostrado que las promesas de paraísos muchas veces terminan con el Gulag, la supresión de las libertades y la multiplicación de la miseria.
Domingo 12 de noviembre de 2017
Este 2017 ha sido un año que, desde enero, comenzó con el recuerdo de 1917. No podía ser de otra manera, considerando que se trató de un año decisivo en la historia del siglo XX y, podríamos decir con certeza, de la historia de la Humanidad. Ese año triunfó por primera vez una revolución comunista, al alero de la doctrina de Marx y Engels, según la fórmula pensada y llevada a la práctica por Lenin y los bolcheviques en Rusia. Esto vuelve a cobrar relevancia al llegar el 7 de noviembre, el aniversario de la insurrección (25 de octubre en el calendario juliano).
¿Por qué fue tan importante la Revolución Bolchevique? Por muchas razones, tanto específicas de la sociedad rusa como a nivel europeo y mundial; por argumentos ideológicos como por situaciones de hecho; por su significado inmediato como por sus resultados de largo plazo; también por los factores prácticos como por los elementos simbólicos que fueron tan relevantes durante décadas.
Para los historiadores, y para la historia en general, el cambio que se produjo en Rusia tras la caída de los zares y luego la derrota de Kerenski significó dar vida al primer experimento comunista. Como ha señalado Francois Furet, era el comienzo de “la ilusión”, la posibilidad de edificar un mundo nuevo, de construir una sociedad mejor, que se presentaba como una opción ciertamente mejor que lo conocido hasta entonces, porque tenía rasgos utópicos y representaba un quiebre con el pasado (El pasado de una ilusión. Sobre la idea comunista en el siglo XX, Fondo de Cultura Económica, 1995).
Adicionalmente, significaba el comienzo de la revolución mundial. Su límite no era el mapa ruso, sino que tenía perspectivas de mayor crecimiento hacia otros lugares del orbe. Por lo mismo, se esperaba un avance rápido a todos los continentes, una aceleración de la historia, una multiplicación de las oportunidades, que debía reflejarse en cambios de gobierno y de régimen, especialmente en Europa. La fascinante historia de Richard Krebs, narrada con el seudónimo de Ian Valtin en La noche quedó atrás (Barcelona, Seix Barral, 2008), ilustra de manera muy clara el espíritu que movió al comunismo en los años 20 y que parecía anticipar el futuro de la Humanidad.
Desde el punto de vista de las ideas, 1917 también marcó una ruptura con los siglos precedentes, marcados con el liberalismo y los ideales del progreso indefinido. Sin embargo, al comenzar el siglo XX parecía que su determinismo histórico daba paso a uno nuevo, que esta vez sí cumplía con la particularidad de interpretar científicamente la evolución de la historia y, por lo tanto, mostraba la capacidad de predecir el futuro anticipado por Marx y explicado por Lenin en El Estado y la Revolución. Como idea, el comunismo fue la antípoda de los fascismos en los años de entreguerras -si bien tuvieron algunos acercamientos y representaron dos vertientes del totalitarismo-; después de 1945, con mayor claridad, fue la alternativa a las democracias liberales y las economías de mercado en Occidente en el resto de siglo XX.
En esa línea, el comunismo se constituyó en un símbolo del poder, del éxito, del enemigo imbatible que tenía la capacidad de crecer, de sumar países, de levantar nuevas sociedades que experimentaban procesos irreversibles. Lo describió con sencillez el poeta Pablo Neruda, también comunista, en Crecen los años:
“He visto nacer, crecer los años.
Y se afirman las repúblicas del socialismo en marcha
Vietnam palpita porque en sangre y dolores
nace la nueva vida”.
Esta predicción y vocación de victoria se confirmaría con fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, con la consolidación de nuevos regímenes comunistas en Europa oriental, en sociedades previamente sometidas a la guerra y al nazismo, que pasaban a ser dominadas por el Ejército Rojo, por Stalin y los respectivos partidos comunistas. En 1949 fue el turno de China, con lo cual cientos de millones de personas pasaron a estar regidas por un sistema comunista. Finalmente, en 1959 fue el turno de América Latina, con el triunfo de la Revolución Cubana, que rápidamente se convirtió en un punto de partida para todo el continente.
Cuando Fidel Castro visitó la Unión Soviética en 1963, reconoció de inmediato esta filiación, en su discurso al llegar a Moscú el 28 de abril: “Es posible que muchos soviéticos admiren a nuestro país por eso, y sea una de las razones de la extraordinaria simpatía que expresan hacia nuestro país. Sin embargo, nosotros no olvidamos nunca una circunstancia: la Revolución Cubana fue posible porque mucho antes hubo Revolución Rusa en 1917. ¡Sin la existencia de la Unión Soviética no habría sido posible la Revolución socialista de Cuba!” Y más adelante agregó: “La humanidad seguirá su curso victorioso, la humanidad tiene motivos para estar optimista, para creer que las fuerzas progresistas vencerán sobre la reacción”.
Este 2017 la situación ha sido distinta, y si bien han existido muchos seminarios históricos, interés literario y reedición de obras políticas importantes, no han existido conmemoraciones, celebraciones fantásticas, desfiles multitudinarios que mostraran al mundo un poderío militar inmenso. Por otra parte, la idea comunista sufrió un colapso importante en la década de 1980, a lo que se sumaron algunos golpes lapidarios, como la caída del Muro de Berlín y la disolución de la propia Unión Soviética. Más importante todavía, el régimen comunista se mantenía a través de la violencia y el terror, la represión sistemática de la disidencia política y de las libertades públicas. En definitiva, el comunismo aplicado se tradujo en la implantación de un sistema totalitario incapaz de demostrar la superioridad de su régimen sobre las alternativas que presentó la historia.
Sin embargo, y quizá por lo mismo, la Revolución de Octubre sigue siendo un caso fascinante de investigación y de difusión histórica, y vale la pena volver sobre ella a través de obras literarias, libros de historia y memorias. No es casualidad que millones de personas hayan puesto ahí sus expectativas de un mundo mejor, aunque la evidencia del siglo XX haya mostrado que las promesas de paraísos muchas veces terminan con el Gulag, la supresión de las libertades y la multiplicación de la miseria.