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Mayo francés y la pervivencia del mito
El movimiento de mayo francés superó largamente su tiempo histórico y se transformó en un mito político y cultural que trascendió a Francia y a la década, como prueba el interés que despierta medio siglo después en diferentes lugares del mundo.
Viernes 11 de mayo de 2018
De mayo de 1968 se han dicho muchas cosas, la prensa cubrió los sucesos –y los vuelve a pensar en estos días–, se han escrito libros, se organizan seminarios y exposiciones que, de alguna manera, quieren volver a aquellas semanas en que Francia parecía vivir una nueva revolución y los ojos del mundo se clavaban sobre París.
Quienes evocan los sucesos de 1968 lo hacen desde los más diversos ángulos. Algunos lo hacen simplemente para conocer lo ocurrido, quién era Daniel Cohn Bendit –el famoso Dani el Rojo–, cual fue la actitud del general de Gaulle y cómo se resolvió el conflicto que por momentos parecía que iba a terminar muy mal. Otros lo hacen con cierta nostalgia, entre épica y autobiográfica, que los lleva a mirar las paredes y releer los graffiti, para volver a soñar en los imposible, rechazando las prohibiciones y rebelándose contra el orden establecido. No faltan los que buscan en 1968 las enseñanzas para el mundo de hoy, para nuevos movimientos estudiantiles o generacionales, protestas renovadas contra una sociedad que no les gusta y que creen encontrar en aquellos años 60 los fundamentos y energías para las tareas de hoy.
Esto se debe, en parte, en que el movimiento de mayo francés superó largamente su tiempo histórico y se transformó en un mito político y cultural que trascendió a Francia y a la década, como prueba el interés que despierta medio siglo después en diferentes lugares del mundo. Fueron días en que un grupo de jóvenes decidió que la universidad no podía ser cómo era y que debía desarrollarse en una sociedad distinta a la existente; otros tantos definieron su visión de mundo no en las urnas sino en las barricadas, donde la misma espontaneidad parecía ser más atractiva que una planificación revolucionaria concebida de acuerdo a cánones científicos o ideologías más aceptadas. Después de todo, como se ha dicho en estas semanas, 1968 fracasó como proyecto político, pero logró una victoria cultural.
Tiene sentido que el gobierno francés dude sobre qué hacer 50 años después de mayo de 1968. En su momento Nicolas Sarkozy se rebeló claramente contra la herencia de aquellos días, mientras la actual administración de Emmanuel Macron no está dispuesta a conmemorar “las huelgas”, que convocaron no sólo a estudiantes, sino también a millones de trabajadores. Sin duda, estamos frente a la tradicional disputa entre la utopía que se fue y el realismo que gobierna, pero también de una contradicción presente ante la incapacidad de comprender mayo francés en toda su profundidad.
En los hechos, la situación tiene anomalías que requerirían una segunda lectura, y también algunos contrapuntos que merecen una revisión. Por ejemplo, una rebelión en la cual las masas, las comunicaciones, el entusiasmo y “el futuro” estaban con los amotinados, pero que termina con el golpe de mano de Charles de Gaulle, quien pronto llamaría a elecciones y sería ratificado con una gran votación. O también la protesta generalizada contra la sociedad burguesa e individualista, que se hacía con un discurso marcado por una combinación de anarquismo y valoración de la autonomía individual que distaban mucho de fórmulas socializadoras. Otro ejemplo podría ser la irrupción de un movimiento dispuesto a perdurar y que desapareció con la misma velocidad con que irrumpió, transformándose rápidamente en mito y recuerdos. Finalmente, entre muchas otras contradicciones, esa creatividad pocas veces vista, que se reflejó en los graffiti que hasta hoy recordamos, mezclados con una incapacidad de llevar adelante las promesas pintadas en las paredes de París.
Un símbolo de esta contradicción es la famosa arenga “la imaginación al poder”, presente en la Sorbona, muestra de creatividad que chocaría con la incapacidad de conquistar el poder, como denunciaban otros grupos revolucionarios en aquellos días. “Cambiar la vida y transformar la sociedad” era otra manifestación del futuro, que tendría un despertar que no esperaban los rebeldes. Quizá la demanda de “pedir lo imposible” sólo fuera un anticipo que reconocía a priori lo imposible de ciertas demandas. O, como reflexionaba Herbert Marcuse en aquellos mismos días de mayo en París, podía influir que la razón esencial de las demostraciones de los estudiantes fuera “una exigencia no sólo intelectual sino más bien ‘instintual’”. Si bien se refería más a los jóvenes norteamericanos y alemanes, a quienes conocía mejor, la reflexión no deja de tener sentido. Después de todo, en los proyectos históricos o políticos no basta con tener claro el monumento que se destruye, sino también es necesario contar con la capacidad de levantar una obra perdurable sobre sus ruinas.
Al cumplirse medio siglo de mayo francés resultará bastante difícil encontrar respuestas más precisas de un suceso con muchas imprecisiones. Más todavía si añadimos que 1968 fue un año que tuvo otros movimientos llenos de contenido histórico y proyección futura, como la Primavera de Praga, en Checoslovaquia, o la matanza de Tlatelolco, en México, que contribuyen a convertir al 68 en un año con una personalidad propia, del cual París sigue siendo el principal mito hasta hoy.
Como ha dicho la historiadora Danielle Tartakowski, “somos un poco prisioneros de un mito construido alrededor de las barricadas del barrio Latino”, lo que genera un problema para comprender acontecimientos que son de una complejidad mucho mayor.