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Estudiar Medicina
Todos llegan con ideas preconcebidas, algunas muy dramáticas y otras un poco más optimistas. A poco tiempo de egresar sólo me queda decir que, para bien o para mal esta carrera te come la cabeza, es algo así como un orco de El Señor de los Anillos.
Miércoles 22 de marzo de 2017
Al ingresar a Medicina todos quieren saber qué les espera, no sólo durante los 7 años que dura el pregrado, sino que durante toda su vida, ya que es una profesión que jamás termina.
Todos llegan con ideas preconcebidas, algunas muy dramáticas y otras un poco más optimistas. A poco tiempo de egresar sólo me queda decir que, para bien o para mal esta carrera te come la cabeza, es algo así como un orco de El Señor de los Anillos. Con el tiempo te vas dando cuenta que no tiene horarios, que casi nunca te da treguas. Está constantemente exigiéndole a tus sentidos y a tu razón todo lo que tengan para dar.
A medida que avanzas vas teniendo mucha información, puedes explicar la fisiología y fisiopatología de las enfermedades, prever sus consecuencias, recitar causas y síntomas. Listas interminables de datos giran día tras día en tu cabeza; tipos de ictericia, causas de daño hepático, arterias del polígono de Willis, el score de Framingham, el de Glasgow, el de Tal, los criterios diagnósticos de artritis reumatoídea. Todo perfecto, como un trabajo de relojería y lo mejor es que regresa a tu memoria cada vez que lo necesitas.
Sabes e inicialmente te acostumbras a que haya una fase inmediata de intuiciones rápidas, pensamiento excelentemente abordado en el libro de Daniel Kahneman “pensar rápido, pensar despacio” donde menciona que tenemos 2 tipos de pensamientos. El sistema 1 que actúa de manera rápida, instantánea y el sistema 2 que es el que se toma su tiempo para llevar a cabo la toma de decisiones. ¿Adivinen cuál predomina el 90% de las veces? Si, el sistema 1.
Por eso cuando comienzas a ver pacientes y vas aprendiendo enfermedades los diagnósticos de éstas aparecen como si se encendiera una luz. Pero luego avanzas más y aprendes que en algunos casos debes desconfiar de esas iluminaciones, ergo empiezas a desarrollar tu sistema 2. Entonces es cuando comienzas a entender la importancia de la razón, de saborear los diagnósticos, de no dejarte llevar siempre por lo rápido, por lo que crees a primera vista. Ahora vas más despacio, sometiendo tus sospechas a prueba, descartándolas o confirmándolas.
Otras veces esa luz no aparece, no se enciende. Entonces llega un paciente y todo se pone confuso, como si todo lo que has aprendido se te ha olvidado. Los criterios se superponen, los síntomas se esconden detrás de palabras o términos que tienen un significado distinto para el paciente que para ti. Todo se mezcla, sientes que no sabes nada. Intentas comprender lo que el paciente te quiere decir y traducirlo a tu lenguaje que muchas veces se queda corto.
Sin embargo, no eres tonto, sabes que muchas de las cosas que te diga quedarán fuera. Que tu jerga diminuta y en ocasiones arrogante no puede nombrarlas. Tienes que comprender que cada caso es nuevo, toda persona es diferente y que su forma de presentación de la enfermedad es única. La medicina te quiere y mucho, tanto así que te quiere entero, en cuerpo y mente. Algunas veces es como los dementores de Harry Potter, te succiona el alma.
Pero por otro lado es apasionante y saca lo mejor de ti, pero no te fíes, también puede sacar lo peor. Es agotadora, te saca del mundo, te aleja de tus amigos, de tu familia, de todo lo que importa. Es como un animal salvaje y hambriento. Pero finalmente te darás cuenta que esta larga y difícil carrera se transforma en el mejor trabajo que hayas podido elegir.